P or la causa que todos conocemos parecemos estar en arresto domiciliario, privados de libertad, al menos física. Y esto me recuerda aquellas palabras de la girondina madame Roland, camino de la guillotina, durante la Revolución Francesa: «¡Oh, libertad, cuántos crímenes se cometen en tu nombre!», aunque nuestra actual privación, de carácter temporal, no sea más que un encuentro con la soledad. Y la soledad es, a veces, una oportunidad de conocerse a uno mismo. Entiendo la preocupación de las familias por neutralizar el confinamiento en aras a la seguridad ante el ataque del virus. Sé, en otros tiempos, la dificultad de soportar a niños en casa y a mayores. Pero ahora no es cuestión banal. El confinamiento debe ser un imperativo categórico: un mandamiento autónomo y autosuficiente. Es el concepto central de la ética kantiana. ¡Hazlo! No hay excusa, es de inexcusable cumplimiento, según dicen los expertos. Algunos infractores, que vemos por la calle desde nuestras ventanas, son gente insolidaria, pues con el contagio ponen en peligro la vida del prójimo. ¿Medios para combatir la soledad? Los jóvenes del Mayo francés del 68 acuñaron un eslogan: «la imaginación al poder». Desarrollar el poder creativo del ser humano. «En los momentos de crisis -decía Einstein- solo la imaginación es más importante que el conocimiento». Intentémoslo. Quédate en casa y, cuidándote, nos cuidas.

*Profesor