El Eurogrupo ha sacado adelante finalmente un paquete de medidas que pondrá encima de la mesa 500.000 millones de euros para, a través de diferentes fórmulas, financiar la crisis derivada de la contención del coronavirus covid-19. No hay eurobonos pero hay un gran ejercicio de solidaridad a través del Mecanismo Europeo de Estabilidad (MEDE) con 240.000 millones de euros (de los que España podrá disponer de hasta 25.000 millones), de Banco Europeo de Inversiones (BEI) con 200.000 millones y de un nuevo fondo para asegurar el empleo dotado con 100.000 millones más que servirán, entre otras cosas, para financiar los ERTE. El punto de equilibrio en esta ocasión no ha radicado en la aportación de cada estado a esta financiación sino en las exigencias para poder acceder a estos fondos. La idea de los Países Bajos de mantener la condicionalidad ordinaria del MEDE (que exige reformas estructurales -o sea, recortes-para conceder los préstamos) ha sido, finalmente, descartada por Alemania, que ha entendido lo excepcional del momento. De manera que el criterio que se ha impuesto es que el uso de este dinero debe ser finalista, para financiar las acciones contra el covid-19 en el ámbito sanitario. Es cierto que esta mínima exigencia evidencia que la desconfianza sigue presidiendo las relaciones entre el norte y el sur de la UE cuando se trata de temas fiscales, pero también es verdad que la tradicional indisciplina de algunos estados en algunos momentos explica el recelo.

Desde su fundación, la Unión Europea posible siempre está a medio camino entre el sueño federalista de sus fundadores y el euroescepticismo de las opiniones públicas de algunos de los estados miembros. La financiación de la crisis del coronavirus es la primera gran decisión que toma la UE desde la salida de la Gran Bretaña, de manera que los líderes del euroescepticismo han sido esta vez los Países Bajos. Mientras que Alemania, muy destacadamente, Francia y, en alguna medida, España, han marcado el diapasón del posibilismo. Nadie podrá decir que la UE no se ha comportado de manera solidaria en esta crisis. Porque a los fondos pactados el jueves in extremis hay que sumar los habilitados previamente desde el Banco Central Europeo (BCE) para asegurar la liquidez de las empresas y de los estados. Los prestatarios son los estados, pero el último recurso acaba siendo siempre la UE, como organismo intergubernamental. No responde al ideal federal, como los eurobonos, pero se le acerca en las consecuencias prácticas.

Queda aún un segundo round. Todos los grandes organismos internacionales auguran una recesión en la zona euro, y en el conjunto de las economías occidentales, que puede tener un doble dígito. De manera que, además de financiar el gasto sanitario por el covid-19 y asegurar la supervivencia de las personas y de las empresas, será necesario en las próximas semanas negociar un plan de recuperación económica. En el que la solidaridad será tan o más importante que la cesión de soberanía porque no olvidemos que junto a los que exigen austeridad están los que exigen solidaridad pero sin ceder soberanía.