Estos meses han servido para desmitificar el teletrabajo. Muchos éramos los que pensábamos que trabajar desde casa podía ser una buena evolución del presencialismo dominante, pero no es oro todo lo que reluce y trabajar a distancia, entre otros, requiere un plus de disciplina y puede desestabilizar los horarios del trabajador. Es una clara opción de evolución laboral pero sin reglas claras, sin una regulación que piense en todas las situaciones y condicionantes y sin garantizar el derecho a la desconexión, no sirve para nada. Se está trabajando en ello y creo que eso es una buena noticia, pero no me gusta nada cuando leo que el teletrabajo favorece la conciliación familiar. No estoy para nada de acuerdo, ¿puede favorecer la conciliación? Sí. ¿Es suficiente para conseguir una conciliación efectiva? No. El teletrabajo por sí solo, no es la solución a todo.

Leía hace un mes en un artículo donde se ponía de relieve que ni la palabra «cuidados» ni la palabra «conciliación» habían aparecido en el discurso político. Poco ha cambiado el panorama en el último mes, pero el problema sigue estando ahí. No soy padre, pero me atrevo a catalogar a las madres y los padres de menores como héroes de este confinamiento. Solo puedo atreverme a imaginar cómo de grande ha sido la montaña rusa emocional al tener que combinar trabajo, cuidados y conciliación en una misma casa. Desafortunadamente, esa preocupación de muchas familias no ha llegado con fuerza a la esfera política. Sí, se han hecho gestos como las reducciones de jornadas laborales (sin convertirse en obligación), pero poco se ha avanzado en temas como los permisos paternales retribuidos que otros países europeos sí tienen. Es el momento de avanzar.

Y esos avances sociales suelen venir de la mano de los gobiernos progresistas, como demuestra la aprobación del ingreso mínimo vital (IVM). Una medida histórica en España, un nuevo pilar de nuestro estado del bienestar y una red de protección para los más vulnerables. La paguita le llaman los del «cuanto peor, mejor». Los que consideran que servirá para que la gente no quiera trabajar, ignorando los requisitos para obtenerlo y cómo funcionan políticas similares en toda Europa. Hará falta un buen control de la medida, por supuesto, de esta y de todas para que ese carácter tan latino no sirva para que algunos se aprovechen.

Quedo a la expectativa de ver qué papel jugarán los ayuntamientos respecto al IVM, porque si la gestión va a ir a la mochila ya cargada de competencias impropias de los municipios y sin la correspondiente ayuda de recursos humanos y económicos, mal vamos. Creo firmemente en el municipalismo y en la capacidad que tiene de dar respuestas a los problemas reales de la sociedad. Los alcaldes, cuando se ponen a hablar, a los cinco minutos hablan de los mismos temas. Cuando cambias de escala, cuando se salta a nivel regional o estatal, esa complicidad cuesta más. El municipalismo une y los municipios aprenden rápido los unos de los otros. Poco se está fortaleciendo el poder municipal para la influencia en la ciudadanía que tiene. También es momento de evolucionar en este sentido.

*Portaveu de l’equip de govern de l’Ajuntament de Castelló