Las pruebas de acceso a la universidad, la popular selectividad, representan para miles de alumnos —en la provincia de Castellón se examinan, a partir de hoy, 3.000 estudiantes— un ejercicio de concentración de notable dificultad para acceder a la educación superior. Este año, será radicalmente distinta a las demás, empezando por los días de exámenes (cuatro en lugar de los tres habituales), por las fechas, un mes después de lo previsto, y por las precauciones que la deberán rodear. Todo ello ha complicado una logística ya de por sí difícil, con la dificultad añadida de este año debido al aumento de aprobados en Bachillerato (11 puntos más que en el 2019, debido a criterios más laxos en la evaluación). Además, el entorno de las pruebas será extraño y singular, con un cierto temor en el ambiente. Todo ello justifica que sin caer en la falta de rigor, exista una cierta flexibilización en el contenido de la prueba.

El confinamiento y el cierre de centros, con un tercer trimestre virtual y la perspectiva incierta del próximo curso, obliga a plantearnos en qué medida afectarán estas inéditas circunstancias a toda una generación, desde los que ya se planteaban su inmediato futuro profesional hasta los más pequeños. Pueden ver marcado su futuro por un replanteamiento de la enseñanza, adaptada a unas circunstancias cambiantes que dependerán mucho de la evolución del virus y de hipotéticos rebrotes. También por la limitación de oportunidades en intercambios, becas de prácticas y colaboración, contacto con sus docentes... Aun así, puede contemplarse la crisis como una oportunidad de profundizar en nuevas perspectivas educativas.