Querido/a lector/a, vivimos momentos en el que todo indica que cierta gente ha perdido el objetivo de hacer de la política una herramienta útil o fecunda al servicio del bien común y la justicia social. No mantienen vivo su horizonte emancipador.

Lo fácil, ahora, sería acusar a todos los políticos, en concreto, y a la política en general. Pero no lo voy a hacer porque no todos son iguales y, además, la política es el único poder imprescindible y al alcance de los que no tienen otro poder. En última instancia y como he dicho tantas veces en este rincón del periódico y de mi alma (razones que comparto con Ramoneda e Innerarity), no hay peor fantasía que una sociedad sin política y un Estado limitado a funciones de control y vigilancia.

Pero, si también he dicho que no son todos iguales, es porque la notoria y actual característica de la política, la de perder su papel dialogante, colaborador, alternativo, y propósito, en estos momentos y casi siempre (al menos en España) es algo propio de la derecha política. Tan cierto que en principio y aun siendo una necesidad de la vida y los ciudadanos, no arrimaron el hombro ante la pandemia del covid-19 y acusaron al Gobierno de criminal.

Después con el estado de alarma (única posibilidad de conseguir la confinación domiciliaria) hablaron de golpe de Estado y de supresión de libertades constitucionales. Ahora, con lo de la juez de Cataluña, con la constatación de que el estado de alarma era imprescindible, denuncian al Gobierno por no haber modificado la Constitución (ni más ni menos). En cualquier caso es evidente que estamos hablando de algo simple, de que nuestra derecha, de momento el Partido Popular y Vox, sitúan por delante del bienestar de la mayoría social la consecución del poder político. Por lo tanto, practican algo tan miserable como el «cuanto peor mejor». Triste, pero los hechos son indiscutibles.

*Analista político