La polémica desatada con la suspensión del partido Deportivo-Fuenlabrada a causa de que varios jugadores del equipo madrileño dieron positivo de covid en Galicia va mucho más allá de la burbuja deportiva. El Ayuntamiento de A Coruña estudia llevar el viaje del Fuenlabrada a la fiscalía, mientras arrecian las críticas a la Comunidad de Madrid por haber permitido el viaje del equipo. A ello hay que añadir el hecho de que la suspensión del partido tuvo influencia directa en el descenso del Deportivo y del Numancia. Si en el cóctel se le añade que el secretario del consejo del Fuenlabrada es hijo de Javier Tebas , presidente de la Liga de Fútbol Profesional (LFP), el resultado es una situación caótica con ramificaciones deportivas, políticas y sanitarias.

No es un asunto menor. El sector turístico de A Coruña ya ha detectado cancelaciones. Pero más allá de ello, el caso pone de manifiesto la suerte de mundo paralelo que la LFP ha creado al albur del innegable impacto económico del fútbol. La LFP diseñó unos protolocos para acabar la competición a toda costa, entre los que se encontraba unos controles supuestamente severos que, sin embargo, no sirvieron para evitar que seis jugadores infectados del Fuenlabrada se plantaran en A Coruña. Es a todas luces injustificable que estos volaran a la ciudad gallega. Más allá de las cuestiones deportivas, esa debe ser la primera reflexión: en un momento en que a toda la ciudadanía se le exige responsabilidad civil y social, el fútbol no puede quedarse al margen. El fútbol no puede vivir en su burbuja.