Un viejo dicho francés afirma: « Avec de la patience on arrive á tout ». Algo así como que con la paciencia se alcanza todo… o casi todo. Por eso, tal vez, advertía Juan Ramón Jiménez : «No corras, que a donde tienes que ir es a ti mismo». Impaciencia, prisa, miedo, incertidumbre… es lo que el común de los mortales está experimentado en estos momentos con actitud harto inquieta. Y razones no faltan.

Es cierto, pues, que, ante los temores que vienen de fuera, tenemos que ir, como dice el poeta, a nuestra intimidad para atajar o asumir el dolor que nos embarga, ir a nuestra conciencia, pues, como expresa Hermann Hesse , la vida no es un cálculo ni una fórmula matemática, sino un milagro. Por otra parte, las ideas de dolor son más intensas que las de placer. Y en estos momentos es el dolor el que se ha adueñado de nuestra existencia cuando deberíamos recurrir a la antigua aponía, la ausencia de dolor.

La situación actual ha creado en el ser humano un estado de ánimo muy especial: huyendo del malvado virus, nuestro yo más íntimo se rebela y enferma. El resultado, cuando todo pase --que ha de pasar-- dejará, tal vez, una estela de trauma psicológico. Pero, eso, sí, ahora no podemos permanecer impasibles viendo cómo discurren las cosas, sino hacer todo lo posible para que el yo no se perturbe. Luchar por tomar medidas, evitar los excesos, cumplir las normas de convivencia es algo que contribuirá a encontrar la imperturbabilidad de ánimo, la ataraxia, o lo que la fe puede aportar.

Ánimo sereno y calmo, el cuidado en su más amplio sentido, y, sobre todo, el concurso de la esperanza, no solo de la espera. Y de la paciencia. Al final, no hay mal que cien años dure, dice el refrán español. H

*Profesor