Mientras Sánchez sólo aparece en escenarios preparados por su alter ego Redondo , continúan las cuitas internas en el Gobierno, con Iglesias diciendo sandeces de tamaño natural, como la de comparar al delincuente fugado Puigdemont con los republicanos exiliados tras la victoria militar de Franco . Y la ciudadanía a punto de estallar por hartura. El pueblo español, a lo largo de los siglos, viene dando fiel muestra de aguante y estoicismo ante una clase política que, históricamente, pocas veces ha estado a la altura de las circunstancias. Los corresponsales internacionales que poblaban el hotel Florida en el Madrid sitiado y bombardeado, no dejaban de asombrarse cada día de la capacidad de sacrificio de los vecinos. Martha Gellhorn plasma en una de sus crónicas para la revista norteamericana Collier’s el carácter español, con una escena de mujeres esperando las raciones de comida en plena guerra civil: «Cae un obús al otro lado de la plaza. Vuelven la cabeza para mirar y se arriman un poco más edificio, pero no abandonan la cola». Ahí estamos. Los genes patrios que todo lo aguantan y de los que se han beneficiado las generaciones de gerifaltes y políticos, a lo largo de la noche de los tiempos. Un proceso que acaba creando mala leche y desconfianza a raudales.

Tras la última reunión de los representantes territoriales con el ministro/candidato Illa , el presidente Revilla , que a veces también está lúcido, mostró honda preocupación por la ausencia de una estrategia común para el conjunto del territorio nacional. Inquietud que comparten la totalidad de sus otros dieciséis iguales. Autonomías pidiendo a gritos medidas que el Gobierno no atiende. ¿Dónde está Sánchez? H

*Escritor y periodista