Hoy es el Domingo de la Palabra de Dios, querido por el Papa Francisco para celebrar, conocer y divulgar la Palabra de Dios. Ciertamente que desde el Concilio Vaticano II se ha hecho mucho en la Iglesia católica para la difusión y conocimiento de la Sagrada Escritura. Pero queda mucho por hacer. Para muchos católicos, la Biblia sigue siendo la gran desconocida. Hemos de seguir trabajando para que la Palabra ocupe un lugar central en la vida de la comunidad eclesial y un papel decisivo en la espiritualidad de los fieles.

La Palabra de Dios pide ser leída, proclamada, escuchada y acogida, sabiendo que es Dios mismo quien nos habla aquí y ahora. La Sagrada Escritura es, en efecto, la Palabra de Dios escrita; toda ella (Antiguo y Nuevo Testamento) ha sido inspirada por el Espíritu Santo; Dios se ha servido de autores humanos y de su lenguaje para hablar a la humanidad. En el origen está el deseo de Dios de comunicarse. En su Palabra, Dios mismo abre su corazón y muestra su rostro de Padre, ofrece su amistad e invita a compartir con Él su misma vida; Dios mismo nos habla, y quiere suscitar la fe, provocar la conversión y liberar de las esclavitudes. La Escritura es la carta de amor de Dios a la humanidad. Él desea para nosotros lo más grande y humano: amar y ser amado.

«La Palabra de Dios es viva y eficaz» (Hb 4, 12). Es viva porque es la Palabra de Dios vivo; dicha o escrita en un contexto, no está encadenada a un tiempo y espacio; vale para todos los tiempos y lugares. La Palabra de Dios es siempre eficaz. Dios crea, da el ser a lo que no existe, por su Palabra. También Jesús con el poder de su Palabra cura a los enfermos, convierte corazones, perdona los pecados y renueva vidas humanas. Ahora bien, que la Palabra de Dios sea eficaz no significa que siempre sea efectiva. Para ello es necesaria su acogida personal e incondicional. La Escritura ha de ser escuchada con fe y con voluntad de dejarse transformar y salvar. H

*Obispo de Segorbe-Castellón