Mucho se ha hablado y comentado esta semana del hospital descapotable de Ana Barceló . Mientras los voceros progubernamentales se pasan el día criticando el hospital madrileño Zendal, en la Comunitat Valenciana asistimos al mayor de los esperpentos que puedan existir.

El Gobierno de Puig se ha gastado unos ocho millones (millón arriba o abajo pues el caos con respecto a las facturas y pagos de este proyecto es absoluto) en tres campamentos sanitarios parecidos a los tenderetes de la Feria de abril. Algunos sanitarios denuncian que carecen de un aislamiento óptimo, que muchos equipos técnicos no funcionan, que los gatos callejeros se cuelan con descaro en su interior, etc.

El otro día escuché a un tonto útil decir que, cuando todo esto acabe, estos campamentos se desmontarán y punto, mientras que el Zendal permanecerá ahí, como un adefesio, y que por eso el modelo valenciano es mucho mejor. Sus palabras se descalifican por sí solas, no me cabe duda. Ni que decir tiene que el término inversión rentable le es ajeno a este reaccionario postmoderno.

Además un empleado del Hospital General de Castellón contaba que el verano pasado el campamento estuvo casi abandonado, y que allí dentro pasó de todo.

Y ayer mismo, incidiendo en esto, un sanitario con veinte años de experiencia y filiación socialista (lo que advierto para mayor sonrojo de nuestros gobernantes) me dijo: ¡Pero a quién se le ocurre construir un hospital con tiendas de campaña!

Todo queda dicho, pues. H

*Escritor