Mucha polvareda ha levantado la decisión de Disney+ de eliminar de sus perfiles infantiles tres películas, Dumbo, Los aristogatos y Peter Pan , por considerar que sus arquetipos racistas resultan inadecuados para los más pequeños. La medida recuerda la que HBO tomó en junio pasado cuando retiró de su catálogo estadounidense Lo que el viento se llevó por razones parecidas, para volver a incluirla al cabo de dos semanas con una advertencia y un vídeo de contextualización, pero también las polémicas que rodean desde hace años a algunos álbumes de Tintín , así como la reescritura de algunos cuentos clásicos como Los tres cerditos o Caperucita roja para despojarlos de crueldad y machismo. Algunos se rasgan las vestiduras, otros lo ven como algo sensato y normal. Hay más de una consideración que hacer al respecto.

«El revisionismo cultural no es nuevo», dice Antonio Martín-Cabello , especialista en sociología de la cultura y estudios culturales y profesor de la Universidad Rey Juan Carlos. «Solo hay que pensar en que muchas películas de Disney ya eran revisiones basadas en cuentos populares europeos que fueron adaptadas a la sensibilidad del momento. Estos mitos europeos de los que ha vivido Disney ya cambiaban de una generación a otra, pero la diferencia es que hoy sí podemos comparar los cambios. Es algo que pasa, al margen de nuestra valoración personal». Martín-Cabello cita como ejemplo el cuento de La bella durmiente , «que lleva una carga sexual que no está reflejada en la película». «No pasa solo en Disney, pasa en Hollywood. Hay mitos como el de Robin Hood que son constantemente revisados».

Con que no es una práctica exclusiva de nuestro tiempo coincide Aina López , profesora titular de Sociología de la Universidad Complutense también especializada en sociología cultural; aunque prefiere no darle el nombre de revisionismo. «Me parece más pertinente hablar de cambio cultural, de un proceso de racionalización de la cultura de acuerdo con unos valores que cambian, y que hacen que cambie nuestra actitud con respecto a los productos culturales elaborados hace unas décadas». López recuerda que el objetivo de las industrias culturales es llegar al mayor público posible, y que para hacerlo «suelen reflejar los valores dominantes de la sociedad». «Las industrias culturales se dirigen a un público global, por lo tanto, desde el punto de vista de los valores, deben ser productos que puedan compartir públicos muy amplios. Son productos que tienden a la estandarización y más respetuosos con la ideología cosmopolita».

Hace unos días, Javier Marías escribía en El País : «Me cuentan que algunas multinacionales del libro han emitido unos principios editoriales que básicamente consisten en desaconsejar que se dé a la imprenta ningún texto que pueda ofender a alguien». Y añadía que, de ser así, «lo más adecuado sería clausurar el negocio y que nada se publicara, porque en un mundo tan hipersensible como el actual siempre habrá colectivos o individuos que quieran ofenderse por bagatelas». Lo cual viene a ser señal de lo mismo --la estandarización--, solo que en el mundo del libro. El editor de Navona, Pere Sureda , dice que, en efecto, «es un runrún que corre por el mundo editorial», y que su epicentro es la sede de un gran grupo en Nueva York. «Es una forma muy bien empaquetada de censurar», se lamenta. «Cada vez hay más voluntad de que los grandes grupos impongan las leyes que les convienen, y que no tienen nada que ver con la libertad de expresión». Según él, «hace que disminuya la oferta de productos de mayor calidad o, en general, más críticos».

«En toda sociedad», señala la socióloga López, «siempre habrá grupos con un mayor nivel educativo y siempre tendrán alternativas para buscar otros productos. Por otra parte --añade-- es normal que salte la liebre. ¿Quién se opone a este tipo de cambio cultural? ¿Y por qué? En la actualidad, por lo que supone de cesión a la corrección política». Según Martín-Cabello, «no es correcto ni incorrecto, es algo que está en la dinámica de los productos culturales». E insiste: «En las culturas tradicionales los mitos no eran algo cerrado, al contrario, eran algo vivo y cambiaban de una generación a otra». López: «No es bueno o malo por definición. Es que ocurre».

¿Adónde irán a parar las versiones del pasado laminadas por los gustos del presente? Según López, «es inevitable que haya aspectos del pasado que se pierdan. La versión de Los tres cerditos tal y como la conocimos una generación atrás quedará para historiadores de la cultura como algo que ocurrió y que dio paso a versiones ajustadas a los valores de las nuevas generaciones. El conocimiento de nuestra historia cultural quedará, pero eso no significa que nos divirtamos con productos que han quedado obsoletos». Para los que hoy tienen más de 30 años, es raro verlo en esos términos: la Caperucita que les leía su madre antes de dormir, al cajón de los recuerdos. H

*Escritor y redactor de Cultura