Afinales de los 80, dos años después de incorporarme como profesor al Colegio Universitario de Castellón (CUC), viví en primera línea los graves problemas que originó el desarrollo de la Ley de Reforma Universitaria (LRU). El centro pasó de contar con profesorado y presupuesto propios a ser 69 pequeños trozos de departamentos cuyas sedes estaban en Valencia. La crisis desencadenó un movimiento asambleario, del que fui parte activa, que contó con gran respaldo social en Castellón.

Primeramente se pidió una modificación de estatutos a la Universidad de Valencia (UV) para convertir al CUC en una división territorial que tuviera la autonomía necesaria para su buen funcionamiento. Agotada esa vía, ante la negativa de la UV para acceder a ello, una parte del movimiento asambleario optamos por reivindicar una universidad en Castellón como única salida: teníamos claro que con la LRU, el CUC o evolucionaba a universidad o desaparecería. Eran muchos los escépticos que no querían y preferían seguir formando parte de la UV porque veían una nueva universidad como una labor titánica de incierto futuro. Fueron tiempos apasionantes de concentraciones reivindicativas, de multitudinarias asambleas en el CUC para ir definiendo el proyecto académico que deseábamos y que la sociedad castellonense anhelaba.

La Generalitat encargó un informe a una consultora, cuya copia conservo, que contemplaba diversos escenarios futuros y que en cualquiera de ellos no aconsejaba crear una universidad antes del 2001. Ese informe dejaba al CUC en un callejón sin salida: más de diez años languideciendo serían letales. También dejaba a Castellón como provincia emisora de estudiantes universitarios hacia otras provincias, con lo que ello suponía de empobrecimiento económico y social, y sin capacidad para atraer estudiantes de fuera.

Afortunadamente, el president de la Generalitat, Joan Lerma , tomó una decisión atrevida: crear de inmediato una universidad en Castellón, la primera que sería hija del autogobierno valenciano. Recuerdo que el 15 de diciembre de 1989 nos convocó al equipo directivo del CUC, del que yo formaba parte, en la sede del gobierno valenciano en Castelló, entonces en la plaza de la Paz. No sabíamos a qué íbamos. La sorpresa de la noticia fue mayúscula. Lerma tomó una decisión valiente que cambió el devenir de la provincia y que también marcó mi vida como nunca imaginé porque era impensable que llegara a ser rector de esa nueva universidad, como sucedió en 2001. El 26 de febrero de 1991 las Cortes Valencianas aprobaron por unanimidad la ley de creación de la UJI. Fue la decisión política más trascendente del siglo XX para el futuro de nuestra provincia, como en el siglo XIX lo fue la creación del puerto de Castellón, que también he tenido el honor de presidir.

Efectivamente, como los escépticos auguraban, desarrollar la UJI ha sido una labor titánica de la comunidad universitaria, pero gracias al trabajo colectivo y al apoyo social, económico y político, treinta años después la UJI es una gran universidad.

Las claves del éxito han sido diversas: el gran consenso interno y externo, el intenso y extenso trabajo realizado, la planificación de infraestructuras que se advierte al ver el campus, la sostenibilidad del proyecto académico, la eficiencia en los gastos, la selección de personal de administración y servicios muy preparado, la innovación en los currículums (obligatoriedad de estancias en prácticas, de idioma extranjero, de informática y de cursar historia o pensamiento europeo) y en diversos elementos clave (biblioteca única, informatización avanzada a su tiempo, una ambiciosa zona deportiva)… También ha sido clave el que los sucesivos equipos rectorales han ido construyendo sobre lo que los anteriores habían hecho, siempre con ánimo constructivo de un proyecto global que estaba ampliamente consensuado. Y hay algo más importante: el elevado nivel de autoexigencia en la carrera académica. Se descartó dotar plazas fijas de profesorado no doctor y se exigió al profesorado novel que tuviese el doctorado para poder promocionar. Era mucho pedirle al profesorado que a la vez que montaba los proyectos docentes, los equipamientos, los procedimientos y, en definitiva, iba construyendo la universidad, aprobara la tesis doctoral, pero era necesario. Una universidad pequeña, en comparación a la mayoría, no podía permitirse tener personal que no investigara porque los grupos de investigación no tendrían un tamaño que les hiciera competitivos. Pero a la vez que se ponía el listón alto, se dieron medios para superarlo: fondos para hacer estancias en universidades de prestigio y un programa propio de investigación que otorgaba ayudas para conseguir proyectos europeos y que concedía proyectos con rigor, tras ser evaluados por la agencia estatal que evaluaba los proyectos de las convocatorias de I+D oficiales.

El resultado de los treinta años de nuestra universidad es muy positivo en todas las dimensiones y eso nos tiene que llenar de orgullo y satisfacción porque es por lo que la sociedad castellonense luchó y es lo que necesitaba.

Fue un honor encabezar este ilusionante proyecto colectivo como rector durante nueve años. Siempre estaré agradecido a lo que recibí, a la comunidad universitaria por su trabajo, apoyo y comprensión, a la sociedad castellonense que ha apoyado a la Universitat Jaume I como pocas sociedades lo han hecho, a las empresas del entono que se han involucrado con la universidad y, como no, a mis equipos rectorales que se dejaron lo mejor de si mismos en el empeño. Quiero felicitar también la labor que está haciendo la rectora Eva Alcón , que fue compañera de equipo, en unos tiempos muy difíciles.

No me cabe duda de que Castellón sin la Universitat Jaume I estaría empobrecida económica y socialmente y por eso quiero finalizar dando gracias especialmente a Joan Lerma que supo ver la importancia del proyecto y tomó la trascendente decisión contra los consejos que le daban. H

*Presidente de Puertos del Estado