No se trata ni de buenismo, ni de pensamiento Alicia –denominación que algunos utilizaban contra el presidente Zapatero , su Alianza de civilizaciones y otros intentos de transformación de la sociedad española–, se trata de reivindicar día tras día, artículo tras artículo, la posibilidad de una ética profundamente humanista y esperanzada. Por supuesto que, sin crítica, no hay progreso, ni futuro, ni avance social, ni un mañana mejor.

La crítica ha hecho Occidente y sin ella las sociedades cerradas, monolíticas y uniformes se hubieran perpetuado en el tiempo y las grandes conquistas sociales no hubieran tenido lugar, pero diariamente vemos que se rompe sin parar la delgada línea roja existente entre ser racionalmente críticos y ser criticones por sistema.

Criticar significa etimológicamente juzgar, someter a juicio, sopesar o ponderar pros y contras, bondades o maldades, puntos positivos o negativos de una persona, institución o acción. Pero ese sentido se adultera y de la crítica racional y fundada se pasa a la descalificación, el insulto, la negación por sistema o «del qué se trata, que me opongo». La crítica se diluye en un negacionismo inactivo, pasivo y desmovilizador y los destroyers cenizos, pesimistas y desesperanzados que parecen estar de vuelta de todo sin haber ido a parte alguna se hacen los dueños del saloon, léase mass media , redes sociales u opinión pública.

Bien estará, aunque solo sea por compensar, que juguemos la carta positiva, la gozosamente afirmativa de lo que hay y de lo que esos animales racionales que somos los humanos hemos conseguido a lo largo de los siglos y, muy especialmente, en las últimas décadas. Y todo ello llevados por una ética humanista que como tan bien definiera Erich From en su libro Man For Himself (Ética y psicoanálisis , en castellano), es la ciencia aplicada al arte de vivir: «Como han sugerido tantos defensores de la Ética Humanista, una de las características de la naturaleza humana es que el hombre encuentra su felicidad y la realización plena de sus facultades únicamente en relación y solidaridad con sus semejantes. El amor no es un poder superior que desciende sobre el hombre, ni tampoco un deber que se le haya impuesto, es su propio poder, por medio del cual se vincula a sí mismo con el mundo y lo convierte en realmente suyo».

Estamos en tiempos difíciles, en tiempos de pandemia, pero ese poder, ese amor, esa fuerza, conatus lo llama Spinoza, que lo vincula con el mundo y lo convierte en realmente suyo, continua consiguiendo cosas, cosas importantes. A final de año, y en estas mismas páginas, cuando se trataba de hacer balance de un año terrible, nos esforzábamos en ver aspectos positivos en lo que nos pasa: aspectos psicológicos (revalorización de los muchos bienes que tenemos y que no valoramos de manera adecuada), sociales (desarrollo de políticas públicas que sitúen valores sociales -la salud- por encima de los intereses privados), políticos (la gran implicación de Europa en la salida de la crisis) y territoriales (una nueva mirada hacia los pueblos del interior y lo rural).

Pues bien, a todas ellas, ahora hemos de añadir otra: un nuevo triunfo del espíritu humano, del humanismo, en este caso, y una vez más, de la ciencia, del espíritu científico. Ya lleva muchos logros, sus servicios a la humanidad son incontables y acaba de rendir otro: las vacunas anticovid. Vacunas que han sido conseguidas en menos de un año, y parece que vaya de suyo y no tenga importancia. A alguien le darán el Nobel por ello. De nuevo deberíamos gritar un estentóreo y global: ¡Eureka! Algunos insipiens (insensatos) aún se obstinan en el oscurantismo y la magia. La auténtica y maravillosa magia es la ciencia. H

*Presidente de la Diputación de Castellón