Toni Cantó ha desaparecido de Les Corts, en un suspiro, dejando a Arrimadas para caer rendido en los brazos de Ayuso, merced los oficios de Miguel Ángel Rodríguez, el otrora spin doctor de Aznar y ahora cerebro gris de la presidenta de Madrid. El parlamento de la Comunitat Valenciana ha quedado huérfano de un vate que llegó a ser elogiado por unos y otros, al desvelar certero y vibrante verbo en los últimos momentos de portavoz de Ciudadanos, la naranja que cada día resulta más exprimida a manos propias. Cantó siempre ha sido un tipo camaleónico, que nunca ha dejado de ganarse la vida actuando, desde el montaje sentimental con Ana Obregón, incluida portada millonaria en revista del corazón, bajo el guion de su entonces intimísimo Miguel Bosé. El chico guapetón de Valencia se fue a Madrid para ser actor y nunca ha dejado de ejercer el oficio: primero en UpyD, después en Cs y ahora en el PP. Bueno, ahí tenemos a Iván Redondo, alter ego del presidente Sánchez que mamó de las ubres populares en Extremadura y Badalona. La experiencia forja al mercenario. En el caso de Cantó es variopinto hasta el mutis por el foro dejando sin voz a los colegas de bancada en el Palau de Benicarló. Un adiós más bufo que antológico.

Esa prisa, ese desasosiego en la forma de maniobrar para pillar un puesto con sueldo a cargo del erario público, desdiciéndose de la anunciada nueva andadura actoral, nos vuelve a recordar la filosofía de Groucho Marx. Debe ser que la política con nómina no es tan mala de soportar, aunque tantos profesionales de la misma se empeñen en hacernos ver lo contrario. Como decía el Titi: «el que prueba repite». Pues eso, Cantó sigue en su teatro.

Periodista y escritor