Semana Santa es la semana central de la Iglesia. En ella celebramos los misterios centrales de la fe cristiana: la pasión, muerte y resurrección de nuestro Señor Jesucristo. Este año su celebración será distinta a causa del covid. No habrá procesiones en la vía pública y los actos deberán tener lugar en el interior de los templos. Pero estas restricciones no impedirán celebrar la Semana Santa.

El Domingo de Ramos es el pórtico de la semana y la síntesis anticipada del Triduo pascual, que va de la tarde del Jueves Santo hasta la tarde del Domingo de Pascua. La Vigilia pascual es el centro y la cima a la que todo conduce. Es la prueba definitiva del amor de Dios a la humanidad. Cristo, que se ofrece en sacrificio en la cruz para redimirnos del pecado y destruir la muerte, resucita a una nueva Vida.

Amar, morir y resucitar son los tres movimientos del Triduo: el amor del Jueves Santo, -Jesús, anticipando su entrega en la cruz, instituye la Eucaristía, el sacerdocio y el mandamiento nuevo del amor-, la muerte del Viernes Santo y la resurrección en la Vigilia pascual. Estos tres verbos expresan también las realidades más decisivas en la vida de todo hombre y mujer.

Todo ser humano es creado para amar y ser amado. Está sediento de amor. Es feliz, cuando lo da y cuando lo recibe. Pero amar de verdad, como Jesús nos amó, no es fácil. Implica donación gratuita y olvido de sí, servicio y humildad, perdón y reconciliación. Amar conlleva tratar como hermano a todo hombre y mujer y estar dispuesto a compartir la propia vida.

Morir es entregar la vida a Dios por amor filial. ¡Qué difícil es morir! ¡Qué terrible una muerte sin sentido y sin respuesta, sin Dios, sin fe y esperanza en Dios! ¡Qué cruel sería una muerte sin victoria! No es fácil aprender a morir. A la luz de la muerte en Dios, deberíamos dar hondura y sabor a nuestro existir. Pero Cristo muere y resucita por todos: para que todos tengamos Vida y Esperanza.

*Obispo de Segorbe-Castellón