Dice el refrán que «no hay más ciego que el que no quiere ver» y que «la ignorancia es muy atrevida». Dos frases que parecen escritas pensando en el inefable Pablo Iglesias, antiguo militante del 15-M reconvertido, por arte de magia capitalista, en el marqués de Galapagar, un falso noble sin modales ni clase pero con un sueldazo de locura que le pagamos todos los españoles… Y al que también le pagamos la niñera de sus retoños para que tanto él como su compañera, la talentosa (es ironía) ministra de Igualdad, Irene Montero, puedan conciliar vida laboral y personal.

Pablo Iglesias, al que me niego a calificar de señor porque sería faltar a la verdad, ha decidido abandonar el Gobierno socialcomunista que lidera otro iluminado, el voluble Pedro Sánchez. Deja vacante su puesto de vicepresidente segundo para salvar, según sus palabras, a la Comunidad de Madrid del PP de Isabel Díaz Ayuso, espejo en el que deberíamos mirarnos todos los gobernantes, ya sea de pueblos pequeños o de grandes ciudades, porque ella es un ejemplo de buena gestión –y mejores resultados- incluso en los momentos más dramáticos de esta dramática pandemia.

A Díaz Ayuso le sobra todo lo que a Iglesias le falta: talento, capacidad de trabajo y valentía para adoptar las medidas necesarias

A Díaz Ayuso le sobra todo lo que a Iglesias le falta: talento, capacidad de trabajo y valentía para adoptar las medidas necesarias. Por eso, cada vez que Pablo Iglesias nombra a Isabel Díaz Ayuso debería lavarse la boca. En plan macho alfa, un papel que tan bien representa, el ¿líder? de Unidas Podemos lanza, día tras día, su caduco discurso y no tiene vergüenza de hablar de fachas, de libertades y de dignidad.

Pablo Iglesias se ha marchado del Gobierno. Y a la práctica totalidad de los españoles, nos parece muy bien. Más que bien, nos parece perfecto. Su decisión nos ha alegrado, al menos, lo que queda de confinamiento. Y aunque ha dejado su sucesión atada y bien atada, no tendremos que volver a soportar sus impertinencias en el Congreso. Y parece que en Madrid tampoco tendrán que aguantarlo, porque las encuestas hablan de unos resultados que lo sitúan al borde del fin de su carrera política. De su cortita carrera política en el más amplio sentido de la palabra. Todo parece indicar que los madrileños van a mandar a Pablo Iglesias a su casa. Ah, y que cierre al salir.

Alcalde de Sant Joan de Moró y diputado provincial