Hemos entrado ya en la Semana de Pasión, Miércoles Santo, uno de los días en que se conmemora aquel drama que conmovió a la humanidad hace más de dos mil años, y que coincide con el día de publicación de esta brevísima columna. Si importantes fueron los días de la Pasión, no menos lo fue el Miércoles Santo el cual describe el evangelista Mateo (26, 14-25) así: «En aquel tiempo uno de los doce, llamado Judas Iscariote, fue a los sumos sacerdotes y les propuso: «qué estáis dispuestos a darme si os lo entrego?». Judas, hijo de Simón Iscariote, se reúne, pues, con el Sanedrín, tribunal religioso judío, presidido por Caifás, para condenar a Jesús y recibe 30 monedas de plata por la traición. Más tarde les acompaña al Huerto de Getsemaní y allí, con un beso, lo entrega. Es el momento del Prendimiento.

Es esta una de las escenas protagonizada por un personaje enigmático y controvertido, discípulo y villano, como dicen algunos autores. ¿Qué es lo que le indujo a realiza tal traición? Unos dicen que la simple avaricia, otros que las expectativas no cumplidas que esperaba de Él. La mayoría de los exégetas convienen en que Judas fue condenado por su acción y por su trágica muerte a pesar de su arrepentimiento.

Hoy es el día, pues, en que Jesús comienza su calvario. Mañana, Jueves Santo, y pasado, Vienes Santo, son las jornadas decisivas y dramáticas en que se materializa la condena y que el pueblo fiel asiste a los oficios y rituales que conmemoran los hechos. La oración, la música, las imágenes, las representaciones y la palabra inundan templos y calles (este año sujeto a las restricciones) en el orbe cristiano y, naturalmente, en nuestra provincia.

Profesor