Moderna, AstraZeneca, Pzifer... Estos nombres os sonarán. Son algunas de las vacunas que se están administrando a la ciudadanía. Durante estos meses, las noticias sobre vacunas han tenido una significativa visibilidad en España y en el mundo. Distintas vacunas han acaparado titulares con trasfondo polémico.

Este panorama ha desbordado el espacio de los/as expertos/as y se ha trasladado al espacio público, amplificado por las redes sociales. El resultado ha mostrado contradicciones entre expertos/as, desconcierto en la población y una aparente merma de crédito de las vacunas, que parecen afectadas por una crisis de confianza. Las vacunas salvan millones de vidas cada año y constituyen una de las más seguras intervenciones en salud pública, proporcionando beneficios sobre la prevención de enfermedades.

Pero en el artículo de hoy quiero hablar de otra vacuna, no os sonará tanto, pero es una vacuna que puede salvar muchas vidas: la vacuna del hambre, aquella que no deje morir a gente por no tener con qué alimentarse. El hambre es un virus que te enferma, que empieza taladrando el estómago, sonido del alma que cruje, vacía. Una pandemia que afecta a casi 700 millones de personas pero pasa desapercibida. Su consecuencia, allí donde hace estragos, es la desnutrición que tendrá luego como punto y final la muerte. El hambre y la pobreza que deriva de la pandemia más dolorosa y vergonzante a la que se enfrenta el ser humano, la de la desigualdad. La vacuna del hambre es la generosidad. La solidaridad es «la mejor vacuna contra el hambre y la pobreza, una pandemia mayor que el covid».

Aumento de la pobreza

Estamos más preocupados por si nos llegan las vacunas o por los contagiados y nos olvidamos de que en los países del sur están sufriendo el coronavirus y aumenta la pobreza, porque no pueden ni salir a los trabajos de subsistencia que mantienen y en muchos sitios han tenido que elegir entre morir de hambre o de coronavirus. Una situación dramática que deberíamos tener en cuenta. En España, a principios del 2020, en el Banco de Alimentos atendían a 1.050.000 personas y a finales del mismo año eran ya 1.630.000 personas las que necesitaban ayuda alimentaria, y el número crece.

Podemos poner excusas, desde la gravedad de la pandemia, a la esperanza de las vacunas o el ruido ensordecedor de las polémicas políticas, pero las necesidades extremas de miles de hogares de este país no están en boca de casi ningún responsable público, ni en el eje de los debates. Las cifras y los testimonios en cualquier despensa solidaria de barrio o en las puertas de las diversas oenegés, ya cumplido el año de la declaración de la pandemia por la OMS, dejan en evidencia que el sistema público no ha sabido reaccionar y lejos de mejorar, aumentan las tristemente célebres colas del hambre.

¿ Y la vacuna del hambre para cuándo? ¿Por qué logramos rápidamente encontrar varias vacunas contra la pandemia del coronavirus y sin embargo nada hemos avanzado con un problema tan antiguo como la falta de comida? ¿Por qué aún no se desarrollaron vacunas contra el hambre?

Si estamos debatiendo qué vacuna es la mejor para el covid-19, o cual tiene menos efectos secundarios, por otro lado, el hambre es otro virus que, por el contrario, sí tiene vacuna. El hambre se mata con alimento. Y con agua. Que también el agua evita el hambre. Ese agua que aquí es un derroche, ese alimento que aquí nos sobra, que quien más y quien menos ha arrojado a la basura alguna vez. Desperdicios. El hambre que obliga a jugarse la vida. Morir o morir. Resucitar o quedarse en el camino.

¿La pandemia moviliza a las fuerzas de la ciencia mundial para hallar una respuesta rápida ante el covid, pero la falta de alimentos para millones de humanos no es capaz de despertar las mismas energías ? No se entiende. A menos que debamos admitir que el hambre es un componente esencial del sistema de vida en este planeta.

Presidente Federación Coasveca