Durante días me he resistido a escribir de nuevo sobre el tema, y si lo hago ahora es por coherencia personal. La convocatoria de elecciones en la Comunidad de Madrid y la precampaña electoral que ya ha echado a andar es la causa de mi determinación. Todo será espectáculo, promovido o alentado por algunos de los contendientes, durante un convulso periodo de interminables semanas. Insultos de todo tipo, amenazas por doquier, calumnias que quedan impunes. O sea, puro populismo al que dediqué mi artículo mensual del pasado mes de febrero, con candidatos que abominan del diálogo porque su práctica puede ser vista como debilidad. Cada día representa para ese tipo de contendientes una oportunidad de superar al enemigo –sí al enemigo, no al adversario- en el tamaño de las ofensas, en lo superlativo de las descalificaciones. Muchos ciudadanos asistirán a ese reality show como si fuesen espectadores de combates de lucha libre, atraídos por el morbo sobre quién ofenderá más.

Unos ciudadanos que, sin embargo, no lamentan casi nunca ser simples comparsas que solo critican a quienes se dedican a las tareas políticas.

Si las elecciones así planteadas representasen la culminación de la convivencia democrática, ¿sería aceptable que en eso consistiese la democracia? No, para mí no, me niego a resignarme a que así sea.

Veamos la cuestión desde otras perspectivas europeas, distintas de la que se avecina en el proceso electoral madrileño.

En primer lugar, la geográfica. La práctica democrática en los países nórdicos europeos se caracteriza por la capacidad de diálogo entre los políticos, escasas estridencias y predisposición al pacto cuantas veces se requiera. Lo habitual es la formación de mayorías multiformes, previa elaboración de programas de gobierno basados en los puntos coincidentes entre sus propuestas electorales. Acaso sea esa voluntad de entendimiento una causa de su progreso social. Más aún, las salidas fuera de tono o la agresividad desmesurada con el adversario suelen pagarlas con la pérdida de votos.

En segundo lugar, la histórica. La democracia es una creación política de los países europeos del Sur. Su origen está en la Grecia clásica, y con Pericles alcanzó su máxima expresión. En el discurso que dio como homenaje a los caídos en el primer año de la Guerra del Peloponeso, en el 431 a.C., afirmaba que la felicidad está en la libertad y la libertad en el coraje. Coraje como sustento de la libertad, o sea, de la democracia. También lo es la valentía, o la firmeza, que adornaba el espíritu del gran gobernante ateniense en la protección de los más débiles y la realización de reformas radicales de carácter político y social. A la vez defendía el diálogo y el debate sosegado; según la versión del historiador Tucídides del discurso, en aquella ocasión Pericles afirmó: «No creamos que lo que perjudica a la acción sea el debate, sino precisamente el no dejarse instruir por la discusión antes de llevar a cabo lo que haya que hacer».

El gobierno del pueblo por el pueblo y para el pueblo es la definición que dio Abraham Lincoln de la democracia, que recordé en el artículo de febrero que he citado. Según expone el profesor Antonio Chazarra en su magnífico texto Disquisiciones sobre un discurso de Pericles, de septiembre pasado, los valores que atribuía el sabio dirigente ateniense al buen gobernante demócrata eran la inteligencia, la elocuencia, el patriotismo –entendido como la búsqueda del bien común como principal prioridad-- y la incorruptibilidad.

¿No hay opción para que esos valores definan, al menos en parte, a los que aspiran a gobernarnos aquí y ahora? Ángel Gabilondo es amigo mío, lo conozco desde hace muchos años, de poco antes de ser rector de la Universidad Autónoma de Madrid. Sé de su proximidad en bastante medida con las ideas que contiene el artículo de Chazarra. De su espíritu sosegado y de no responder a las estridencias con más chillidos se ha mofado su principal contrincante en la disputa electoral, incluso ha dudado sobre si mantendría sus compromisos en el caso de ganar. Aún recuerdo al Gabilondo ministro derrochando paciencia en la búsqueda de un pacto educativo con las demás fuerzas políticas, misión imposible para quienes no gozan ni de lejos de los valores enunciados por Pericles para el buen gobernante demócrata.

El comportamiento de los candidatos electorales al que vengo aludiendo tiene mucho que ver con que el interés del pueblo se limite a su posible participación en las votaciones, del alejamiento de una gran parte de la ciudadanía de la acción política. La razón de esa actitud hay que buscarla, también, en su escasa formación como ciudadanos que se interesen por la salud democrática de la sociedad. Esta es una gran tarea educativa que está por completar, y es uno de los fundamentos principales del europeísmo, pues no basta con declaraciones de los líderes europeos rebosantes de autocomplacencia con los principios esenciales de la Unión, como son la democracia, la libertad, la tolerancia, el respeto a la diversidad, el estado de derechos y otros más. Tendremos problemas crecientes con el paso del tiempo si no se estimula el ejercicio de esos principios en la vida cotidiana. No caben inhibiciones, achacándolas a la complejidad de los asuntos administrativos. El proceder ejemplar de los gobernantes será una consecuencia del interés de sus gobernados por la buena praxis política.

En su artículo Escuela y despensa (homenaje a Costa), Fernando de los Ríos relata una escena durante una cena que tuvo lugar en casa de su tío Giner de los Ríos, durante la cual el anfitrión mantuvo un diálogo con Costa a propósito de lo que más necesitaba la España de entonces. En la charla, Costa dijo a su maestro: «Giner, hace falta un hombre», a lo que Giner le respondió: «Joaquín, lo que se necesita es un pueblo».

A la creación de ese pueblo dedicó Francisco Giner de los Ríos todas sus energías y su vida, una obra que siguieron sus discípulos de la Institución Libre de Enseñanza, empezando por Manuel Bartolomé Cossío. Un pueblo constituido por personas críticas y comprometidas con su tiempo y sus compatriotas más menesterosos, un pueblo educado, libre, solidario y fraternal. Un sueño aún por realizar en su plenitud.

Rector honorario de la Universitat Jaume I