Por deseo de san Juan Pablo II, el segundo Domingo de Pascua se llama «de la misericordia divina». Este domingo es «una invitación perenne para el mundo cristiano a afrontar, con confianza en la benevolencia divina, las dificultades y las pruebas que esperan al género humano en los años venideros». También en la actual de pandemia la humanidad necesita abrirse a la Misericordia divina.

Misericordia significa el corazón que se abaja ante cualquier miseria humana. Es la palabra que mejor expresa el amor de Dios hacia la humanidad. Indica su disposición a aliviar cualquier necesidad humana y su infinita capacidad de perdonar. Es un amor fiel, que sigue amando a su criatura incluso cuando ésta se aleja de Él, sale a su encuentro y la espera pacientemente. Es un amor entrañable como el de una madre, que sufre y se compadece ante cualquier sufrimiento humano.

Jesús es la misericordia encarnada de Dios: habla con palabras de misericordia, mira con ojos misericordiosos, actúa y cura movido por la compasión hacia los necesitados, desheredados y enfermos en el alma y en el cuerpo. La Pascua es la manifestación suprema de la misericordia divina. En la tarde de Pascua, Jesús Resucitado se presenta ante los Apóstoles y les dice: «Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo. (...) Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados les quedan perdonados; a quienes se los retengáis les quedan retenidos» (Jn 20, 21-23). Antes de pronunciar estas palabras, Jesús muestra sus manos y la herida de su corazón, fuente de la que brota la gran ola de misericordia que se derrama sobre la humanidad y reconcilia con Dios, a los hombres entre sí y con la creación entera, y suscita entre los hombres nuevas relaciones de solidaridad fraterna.

La misericordia sale al encuentro de todas las necesidades de los hombres, como Jesús que se inclinó sobre todas las miserias humanas, materiales y espirituales.

Obispo de Segorbe-Castellón