En la dacha de Galapagar Pablo Iglesias, producto político manufacturado en los platós de televisión, debe tener alguna foto de Stalin ante la que reverenciarlo cada día, después de acicalarse y colocarse el nuevo moño que dio fin a la coleta que aún lo caracteriza en un alias que simbolizó el 15-M. Aquella eclosión inconformista que anidó en las calles de Madrid con gran rédito para el exvicepresidente del Gobierno que dejaba insomne a Pedro Sánchez y a la mayoría de españoles. Iglesias es un tipo avieso, aunque la manada de la que es pastor vea en él al mesías capaz de multiplicar los panes y los peces, incluso de convertir el agua en vino. Iglesias es revolucionario, admirador de los sátrapas que mejor han representado al comunismo a lo largo de la historia. El último de sus amigos es Nicolás Maduro, exalumno de la Escuela Cubana de Formación de Cuadros Políticos, continuador del movimiento bolivariano que ha sumido a Venezuela en el hambre y la represión. No es de extrañar, pues, la inquina de Iglesias, ahora candidato a la presidencia de Madrid, hacia los medios de comunicación y, en especial, a los más reputados periodistas que cada día opinan con la libertad que les da sus empresas rechazando la autocensura, mal endémico entre el gremio de los plumillas y vates de la comunicación.

Iglesias sueña con la Unión Soviética sobre la que Stalin escribió: «La historia de los últimos años ha demostrado cómo, habiendo destruido la libertad de prensa y todas otras formas burguesas de libertad, la clase trabajadora, bajo el liderazgo del Partido, ha desarrollado nuevas formas de libertad para la creatividad de las masas de trabajadores y campesinos, como el mundo no lo ha visto nunca». ¡Ah, con qué deleite Iglesias debe arrullarse entre las sábanas, después de leer fragmentos del mayor genocida de la historia moderna! Supongo al revolucionario bufo soñando, mientras duerme a pierna suelta en la tranquilidad del millonario patrimonial, con tener en sus manos la oficina Agriprop (acrónimo de Agitación y Propaganda), de donde emanaban las directrices de cuanto publicaban los medios de comunicación en la época más tenebrosa de la Unión Soviética. ¡Ah si Iglesias tuviese el poder de Stalin y el periódico Pravda, incluso del Granma, órgano creado por Castro! ¡Qué gran periodismo dirigiría el Calígula de Podemos para bien de la patria y sus compatriotas!

Cruce de cables

Mientras persevera en la quimera, Iglesias da un paso más en la peligrosa rabia que atesora en el cruce de cables que todo aspirante a dictador tiene ante la imposibilidad de controlar la voz de los periodistas. Impresentable el vídeo divulgado por Podemos (Iglesias es Podemos), en el que se señala a compañeros de la profesión: Ana Rosa Quintana, Vicente Vallés, Susana Griso, Jiménez Losantos, Carlos Herrera, Eduardo Inda, Ferreras, Marhuenda, entre otros. El vergonzoso spot está adornado con el siguiente texto: «Ellos han hablado mucho. Ahora que hable la mayoría». Ese es el talante democrático de la misma mente que desea convertir la campaña de Madrid en indeseable remedo de cuando la capital de España resistió el asedio de las tropas franquistas en la guerra civil. Reverdeciendo el «No pasarán». Peligrosa estrategia, propia de la desesperada elucubración de Iglesias, dispuesto a la movilización de bandas violentas denominadas antifascistas, recua de delincuentes dedicada a la desestabilización.

Destapado queda Iglesias, si había dudas, sobre sus convicciones democráticas. El anhelo de tal salta parapetos de la política nacional es amedrentar a periodistas, señalarlos, desacreditarlos y, si estuviera en su mano, perseguirlos. El rey de la mordaza.

Periodista y escritor