Querido/a lector/a, a veces calificamos de «históricos/as» acontecimientos que, aunque importantes, no tienen rango para ser considerados parte de la historia. No obstante, alguna vez, como estos días ha pasado en la Asamblea Nacional francesa, se toman decisiones que son realmente históricas. Me refiero a que, incluso con la oposición del gobierno, se ha abierto la puerta a la protección de las lenguas regionales (bretón, occitano, vasco y corso) permitiendo la inmersión lingüística en la enseñanza (hoy, solo 170.000 de los 12 millones de escolares reciben clases en una de las cuatro lenguas).

La verdad es que esta noticia, además de alegrarme, me ha provocado el recuerdo de otra época y de otro mundo. Me ha trasladado a aquel París en el que, cada vez que con mi mujer, con Tere, escuchaba a Alan Stivell tocar el arpa celta y cantar en bretón como los ángeles, surgía la pregunta: ¿Por qué en España no se entiende la democracia sin la descentralización política y la defensa de la riqueza cultural identitaria y, aquí, en Francia, todo esto no se cultiva? ¿Por qué? Posiblemente , decíamos, por el Código Civil o Código de Napoleón, que aprobado después de la Revolución Francesa universalizaba derechos relacionados con la libertad y la igualdad pero homogenizaba, centralizaba... en beneficio del control y el fácil gobierno del primer cónsul de Francia, el ciudadano Bonaparte.

Por cierto, esta decisión es un acto de amor que cuida el patrimonio cultural de Francia, pero también expresa la intranquilidad de un gobierno que, cuando dice que teme que en algunas zonas desaparezca el francés, está diciendo, de verdad, que tiene miedo a que en torno a un tema tan identitario como son las lenguas propias, crezcan partidos nacionalistas que exijan la descentralización política tipo Alemania o España o cuestionen la unidad de la patria.

Analista político