Querido/a lector/a, confieso sin vergüenza ninguna, porque lo que voy a contar es el ejercicio de un derecho, el de estar jubilado, que algunos miércoles, como el último, me siento delante de la tele y me trago toda la sesión del Congreso de los Diputados, la que se suele emplear para que el gobierno dé cuenta de la situación del momento y/o responda a preguntas. Quehacer mío que, en teoría, y para alguien a quien le entusiasman las cosas de la política, aparece como una especie de pequeño y atractivo plan que me permite pasar una mañana distraída y con la posibilidad de conocer la opinión y las propuestas de los representantes del pueblo. Es decir, disfrutar de la tecnología al servicio del directo y de la más absoluta transparencia.

Pero, rápidamente, uno se da cuenta de que la realidad no es idílica y, aquello que observas a través de la tele se muestra como un vulgar escándalo que, además, desde un punto de vista político es poco fecundo. ¡Si! ¡Y no exagero! Por cierto, digo escándalo porque valiéndose de la inviolabilidad y la inmunidad parlamentaria y sin respeto a las personas ni a las instituciones, los portavoces de Vox, Cs y el PP insultan, ofenden y descalifican de manera vergonzosa y permanente al presidente del Gobierno y a los ministros. Pero digo también poco fecundo porque, con esas formas y sin propuestas, no se fomenta nada positivo. Se exhibe una actitud que no tienen nada que ver con la política o, con lo que es lo mismo: con el uso de la palabra y el diálogo para, desde la racionalidad proponer, contrastar y federar hasta posibilitar los acuerdos y las soluciones que se necesitan para superar la pandemia. Al final uno cierra la tele, no diré que deprimido, pero si tristemente convencido de que hay dos bandos irreconciliables: los que atacan al covid por los ciudadanos y los que atacan al gobierno por el poder. De pena.

Analista político