A tenor del 90 aniversario de la II República Española, tras unas elecciones municipales, vengo a recordar las palabras de mi abuelo Antonio, cuatro veces condecorado en la guerra de África cuando lo de Annual: «Me acosté con la Monarquía y me levanté con la República». En el corazón del abuelo latía el sentimiento republicano y, sin embargo, siempre admiró a Churchill. Tuvo larga vida, desde la adolescencia pude disfrutar con él de largas conversaciones que, a veces, acababan en discusión bizantina. Teníamos el mismo carácter y yo era demasiado joven. Con los años he visto la razón desbordante del republicano que admiraba al hombre clave de la más sólida monarquía democrática, cuya tenacidad salvó al mundo del totalitarismo.

La efeméride del 14 de abril descubre documentos como la carta de Franco a ABC en la que aseguraba fidelidad al nuevo Estado, pocos días después del inesperado cambio. En la revolución del 34, la República encomendó a Franco que sofocara la rebelión de Asturias. Después vino el Frente Popular, el golpe y, como dice Anson, la guerra incivil.

En 1935, desde la cárcel, el socialista Largo Caballero, más tarde jefe de uno de los Gobiernos de la República, declaró esperanzado a una revista norteamericana que España sería «el segundo país soviet del mundo», encantado con la receta de la URSS. Más tarde no solo abjuró del comunismo, cuando fue liberado del campo nazi de Sachsenhausen, desde París inició conversaciones con Don Juan de Borbón, apoyando una Monarquía parlamentaria con fuerzas de izquierda, sin comunistas. Largo era un patriota que aprendido la lección. Fallaron los Aliados, incluido Churchill. El abuelo nunca lo supo.

Periodista y escritor