Convivencia tormentosa, vecinos, y llueve. Las últimas jornadas se abrieron las almenaras del cielo, es decir, las compuertas de las nubes, y la lluvia bendijo los campos y cerros de las comarcas castellonenses, y las del resto del País Valenciano. El lunes reía cantarín nuestro Riu Sec en la capital de la Plana: por su cauce fluía durante unas horas el líquido elemento, rojizo pero pacífico, hasta estancarse pausado un tiempo en el humedal costero. Un humedal de alto valor ecológico, donde tanta construcción se levantó desafiando las eternas normas consuetudinarias de la naturaleza, aun a sabiendas como indican nuestros labradores de que «els rius secs i els barrancs un día o altre ensenyen les escriptures notarials de propietat». Luego las estrofas del agua de nuestro Riu Sec, buscaban ansiosas el mar, porque, como es bien sabido, todos los ríos van a dar a la mar. Y uno ve agua en el Riu Sec, y se solidariza de inmediato con el edil municipal ocupado en el asunto de las inundaciones en nuestro humedal. Árdua tarea tiene en la actualidad el jovenzuelo de Podemos Fernando Navarro, como hace unas décadas la tenía Cutimanya, el concejal con apodo cariñoso y pueblerino del otrora alcalde José Luis Gimeno.

Los desafueros y desatinos en la marjalería castellonense, que se arrastran desde hace varias décadas, no suponen una novedad estridente. El estruendo tormentoso no nos llegó, vecinos, desde el cauce del Riu Sec; llegaba de los madriles del oso y el madroño. Lo protagonizaban una señora Díaz Ayuso, ausente y del PP, la señora Monasterio de Vox, y el caballero Pablo Iglesias (el del gracioso corte de pelo con coleta, no el abuelo Pablo Iglesias fallecido hace un siglo, en nada emparentado con el anterior, sino fundador del PSOE y digno del mayor de los respetos históricos). Uno cree que quienes siguieron por las ondas radiofónicas, o delante del televisor, el conato de debate político, no necesita resumen alguno. Incívica la actuación de la representante de la extrema derecha Monasterio; despreciable, desde cualquier punto de vista la descalificación a la moderadora Ángels Barceló, que calificó a la periodista de «activista». Y modélica la respuesta de la periodista indicándole a la dama de Vox que ella era «demócrata». Algo esto último que todos sabemos desde hace décadas. A determinados personajes de nuestra vida pública, también aquí en la Plana, junto al Riu Sec, tendríamos que marcarles, vecinos, las líneas no rojas, sino fronterizas, que no se pueden traspasar, si queremos convivencia y concordia democráticas.

Cuestión de todos

Y no, vecinos, no es una cuestión que atañe tan solo a los compatriotas madrileños, de su natural acogedores, pacíficos y tolerantes, como se demostró hace 16 años tras los criminales atentados terroristas de Atocha, con la reacción serena del pueblo de Madrid, que se comentó en casi todo el mundo. Nos atañe a todos los hispanos sean valencianos o sean de Cáceres, a todos los europeos sean berlineses o vecinos de Forcall. La intolerancia agresiva causó el último siglo millones de muertos y víctimas con secuelas. Llámese esa intolerancia, ahora. fascismo, estalinismo comunista, populismo chavista, el Bolsonaro brasileño o la dama de Vox.

En esas andaba uno, vecinos, junto al Riu Sec mientras disfrutaba del murmullo de esas aguas primaverales y benéficas para nuestros cultivos; esas aguas que alimentan nuestros acuíferos y que nos protegerán de las sequías. Contra la intransigencia y la intolerancia nos protegería sin duda la inscripción que luce la Puerta Báltica de Lübeck, la ciudad libre de la Liga Hanseática, una puerta más antigua que la de Alcalá o el Arco de Triunfo parisino, aunque con menos siglos que la puerta de Diocleciano en Roma o que el Fadrí de Castelló; en la puerta junto al mar Báltico y en la ruta del gótico del ladrillo rojo se escribió como lema ciudadano y en latín: concordia en casa y paz con los de fuera. Que así sea le comenté a las aguas rojizas, aquí y por los madriles.