Pablo Iglesias sueña despierto con la Revolución de Octubre, aunque el tacticismo y la oportunidad de la fecha, 25 de abril, le mueva a rememorar la de Los Claveles en Portugal, durante aquellos días de 1974, cuando el Ejército luso salió a la calle con los tanques y los soldados decidieron poner claveles en las bocachas de sus fusiles, como gesto simbólico de que no pensaban disparar. Aquella acción cambió el Régimen de la nación vecina, que llevaba sin convocar elecciones desde 1925. Fue un golpe pacífico para recuperar la democracia. España, por mucho que intoxique Iglesias atacando al Rey, es un país libre sustentado en el estado de derecho, homologado entre las primeras democracias del mundo, donde las urnas se utilizan con mayor frecuencia que en ningún otro país. Sirva el propio ejemplo de Madrid. Intentar sembrar el paralelismo, dirigido a los jóvenes que son víctimas de la ignorancia histórica por mor de un degradado sistema educativo, es simplemente un paso más de lo que el líder de Podemos ejerce con gran profesionalidad: enmerdar.

La aparición estelar de Iglesias encabezando la candidatura de Podemos hacía presagiar que la campaña a la presidencia madrileña iba a adquirir tintes inéditos, para mal. A medida que las encuestas han ido ofreciendo apabullantes resultados en favor de la candidata del Partido Popular y el estancamiento del frente de izquierdas, la estrategia desestabilizadora del comandante podemita ha ido creciendo, al compás de su propia desesperación. Como buen stalinista ansía amordazar a la prensa. Ve mucho fascista entre los periodistas. Y los señala, como hizo el otro día en la Ser con Ana Rosa Quintana y Eduardo Inda. Infame, el tipo.

Periodista y escritor