Resulta obligado empezar este artículo, como demócrata y diputada en el Congreso elegida por la ciudadanía, condenando sin matices las amenazas que pueda recibir un cargo público, sea del partido que sea, y ocupe el cargo que ocupe: ministro del Interior, directora general de la Guardia Civil, exvicepresidente del Gobierno, ministra de Industria, presidenta de la Comunidad de Madrid o expresidente del Gobierno.

Sería deseable que todas las formaciones, todas, hicieran lo mismo, porque en este asunto la equidistancia no puede existir. Mientras algunos alimentan el discurso del odio, otros lo combatimos con todos los instrumentos a nuestro alcance. Como dijo la periodista Pepa Bueno: «Estar con los amenazados hoy no es una posición política, es un deber moral. O se está con los demócratas o se está con los fascistas».

Vivimos tiempos convulsos derivados de una pandemia mundial que ha provocado una profunda crisis económica y sanitaria. La historia demuestra que este es el caldo de cultivo que siempre aprovechan ciertos movimientos sociales y partidos políticos para socavar nuestra democracia y nuestra convivencia con un discurso demagógico contra los sectores más vulnerables. Frente a los que quieren dividir, crear odio y rencor: democracia e igualdad. Esos son los mejores instrumentos para hacerles frente tantas veces como haga falta.

El escenario de tensión dialéctica y enfrentamiento político que se vivió durante la campaña electoral madrileña no es ninguna novedad para esta diputada. Cada semana lo vivo en el Congreso, donde la ultraderecha, con el consentimiento de la derecha, insulta y miente desde la tribuna más respetable que existe y que simboliza la soberanía nacional. Nunca pensé que viviría estos episodios y que fuesen capaces de llegar tan lejos. Han venido a reventar la democracia, porque no creen en ella ni respetan sus principios. No aceptan los resultados de las urnas y así se explica que desde el primer día nieguen la realidad y llamen «ilegítimo» al Gobierno democrático. Ese discurso de la ultraderecha tiene un nombre: fascismo.

Legado de tolerancia y concordia

Quienes nos precedieron en la Transición nos dejaron un legado de tolerancia y concordia después del túnel oscuro de la dictadura. Por encima de ideologías, desde un lado y otro, se conjugaron para unir a la sociedad, acabar con las dos Españas y fraguar pactos de gran calado a todos los niveles. No podemos consentir que aquello quede en un recuerdo y no se negocie, dialogue y se pacte como hace décadas. Esa es la esencia de la política.

Hay que combatir a los que añoran los tiempos de la dictadura con las armas más eficaces: la palabra, la democracia y el feminismo. El argumento de que les ha votado la ciudadanía no puede justificar el discurso del odio y la demagogia, porque eso no tiene amparo en la Constitución que tanto invocan. Y lo que se sitúa al margen de la Constitución está al margen de la democracia. Una sociedad que luchó tanto por salir de la penuria de la dictadura franquista no puede permitir que volvamos a esos tiempos, como pretenden. Nuestra democracia y nuestra Constitución no ampara partidos políticos de esta índole. ¿Se imaginan que en Alemania existiera un partido que representara los ideales de Hitler? Si allí resulta inimaginable, en España también.

Respetar al que piensa diferente es obligado, pero sin olvidar los principios democráticos. Por eso yo nunca respetaré a los que dicen que España estuvo 80 años en paz, ni a los que aseguran que este es el peor gobierno de los 80 años de la historia de nuestro país. Pero no es solo un tema personal por mi condición de diputada socialista. Creo que quien se considere demócrata y constitucionalista debería compartir este planteamiento.

Diputada PSOE por Castellón, portavoz adjunta GPS y secretaria ejecutiva contra la Violencia