Isabel Díaz Ayuso está provocando un sunami político del que se hace eco la prensa internacional. En dos años ha pasado de ser una desconocida, accedió a la presidencia de la Comunidad de Madrid gracias al pacto con Ciudadanos y el apoyo de Vox, a la revelación del centroderecha en Europa, según el Financial Times. Estamos ante el hecho incontestable del efecto abrumador de la chica de barrio cuyo éxito consiste en ser ella misma, rompiendo los moldes caducos de lo políticamente correcto. El ejército de sesudos asesores de toda índole que campa en La Moncloa, aleccionado por el ahora fracasado spin doctor Iván Redondo, se ha dado de bruces con la cruda realidad de que una gran parte de la ciudadanía está harta de milongas. Esa ciudadanía de diferente ideología, cansada, triturada, vapuleada por la cuestionada gestión de la pandemia que ha sembrado el país de incertidumbre y ruina, buscaba una heroína que hablara el mismo idioma y la ha encontrado en Ayuso. La líder madrileña, a la que el bloque de la izquierdas cuestiona sus capacidades intelectuales desde el minuto uno, ha volatizado la alambicada estrategia que con el inestimable apoyo del CIS y las empresas de comunicación apesebradas, ha ido maquillando la imagen de Pedro Sánchez. Un Sánchez mudo desde la noche del 4-M en la que abandonó a Ángel Gabilondo, ejemplo gráfico de cuán ruin llega a ser la política en el momento de la verdad, ese de la amarga derrota. El márketing y la propaganda se han ido al garete en un Madrid que puede ser espejo de España y que tiene a los centenares de colaboradores de presidencia del Gobierno en estado de shock. Europa ha visto el naufragio del PSOE en el Manzanares en clave de cambio para el resto del país. Mientras tanto, el inefable Sánchez pretende liquidar el asunto ignorando a Gabilondo, decapitando al secretario general del PSM José Manuel Franco y abriendo expediente de expulsión a dos históricos socialistas, críticos con su gestión: Joaquín Leguina y Nicolás Redondo. Increíble.

Euforia

Por su parte las huestes del PP están eufóricas. Haría bien Pablo Casado en comenzar a aplicar ya, sin tapujos, la doctrina del discurso que mereció el reconocimiento dentro y fuera de nuestras fronteras, con ocasión de la moción de censura defendida por Santiago Abascal. El efecto Ayuso resulta el mejor estimulante para impeler a Casado en la tarea de reagrupar y relanzar el centroderecha. Ahora objetivo mucho más fácil gracias al estado de derribo de Cs y la desbandada de dimisiones de lo poco que queda del partido apuntillado por Inés Arrimadas. El sábado pudimos ver radiante de alborozo a Teodoro García Egea, primero en la Cámara de Comercio de Castellón y después en La Sexta. Ese día García Egea estuvo apoyando a la nueva presidenta provincial del PPCS, Marta Barrachina, alcaldesa de Vall d’Alba, trenzando un discurso preñado de optimismo en el que tuvo especiales palabras para Begoña Carrasco, confirmando su candidatura a la alcaldía de la capital de la Plana. Barrachina, que pese a su juventud lleva más de tres lustros en política activa, tuvo una intervención sin entrar en detalles de cual va a ser su proyecto político. Entre otras cosas dijo: «Tenemos las ideas que necesita Castellón para que nuestra tierra vuelva a la senda del progreso y la prosperidad». Plausible declaración de intenciones que deberá ir acompañada de contenido. Al efecto Ayuso es menester sumar nuevas ideas que hagan creíble y atractiva la opción que lidera Barrachina, tan dañada por personajes de triste recuerdo. La presidenta de los populares tiene el reto de demostrar que en la nueva nave común del centroderecha, están rotas las amarras con el pasado.

Periodista y escritor