Siempre resultó más complicado cruzar fronteras con el pelo largo.ace mucho descubrí un poema que hablaba de eso. Una desaliñada melena como pésima credencial. Causa de sospechas y veredicto de culpa. Recuerdo que, al leer aquellos versos, rompí relaciones diplomáticas con las peluquerías. Rebeldías de la edad.

Cruzar fronteras, esas líneas artificiales trazadas desde el rincón más oscuro de la condición humana. Dictadas por una mezcla de miedo, ignorancia y ponzoña. Las fronteras, malditas fronteras. Principio y final de geografías forzadas. Principio y final de todos los infiernos.

Lamentablemente, siguen estando de moda. Este es un tiempo de fronteras. Siguen estando ahí para recordarnos que la igualdad es imposible. O, al menos, está prohibida. Están ahí con muros más altos y concertinas más afiladas. Están en todas partes, coordenadas y latitudes. Para que haya fronteras materiales primero tienen que haber fronteras mentales forjadas en los peores instintos, prejuicios y mitos del ser humano.

Saramago estimaba que, probablemente, el primer racismo surgió cuando se encontraron dos hordas de pitecántropos, unos rubios y otros morenos. Nuestros males vienen de muy lejos. Sea como sea, continúan acechándonos los mismos fantasmas.

Nos ha sobrecogido la gestión que un país vecino hace de sus hijos y compatriotas en la regulación del flujo fronterizo. La instrumentalización de las personas como arma arrojadiza y pasto de estrategia política perturba toda conciencia moral que se precie. Fronteras inflamables donde los seres humanos son tristes peones en una partida librada con inmisericorde frialdad.

Los virus no entienden de fronteras pero los humanos sí. Salvando las diferencias con la crisis marroquí, las fronteras han dictaminado todas las estrategias de vacunación en estos tiempos de pandemia. La celeridad de la comunidad científica para alcanzar la anhelada vacuna colisionó con el muro de la geoestrategia y la incapacidad para afrontar como un solo linaje humano el reto de cuidarnos y salvarnos juntos.

Ahora la noticia es el pasaporte o certificado verde para cruzar fronteras. Un documento, cual cartilla sanitaria, que certificará la inmunidad, el diagnóstico negativo o la vacunación consumada del portador. Un salvoconducto para viajar libres. Tal vez la mejor propuesta en este mientras tanto arrinconamos al patógeno que cambió nuestras vidas. Cuando lo logremos, más temprano que tarde, la humanidad seguirá enferma de los mismos miedos, prejuicios e intransigencias de siempre. Infectados crónicos de aversión al diferente y al pobre. Decididamente, la siguiente vacuna debería buscar el remedio contra el odio.

*Doctor en Filosofía