Y seguimos con la rocambolesca papisa Juana. La primera mención que se hace de ella fue en la Chronica Universalis Mettensis, escrita por el dominico Johanes von Mailly a principios del siglo XIII seguida, muy de inmediato, por la cita en el Chronicon Pontificum Imperatorum del obispo polaco Martín de Opava (o Troppau), ya avanzada la centuria. Hace sospechar de la veracidad de su biografía, el hecho de que el primer autor la sitúa en el final del siglo XI, mientras el segundo la ubica 200 años antes. El relato del mitrado era mucho más completo y rico en anecdotario que el de su predecesor, pero, en verdad, la historia cobró autentica difusión cuando la refirió Giovanni Boccaccio, en su obra De mulieribus claris (siglo XV). El hecho de que las primeras crónicas de su existencia sean del siglo XIII y aparezcan en el territorio imperial, bajo el reinado de Federico II de Hohenstaufsen, excomulgado por Inocencio IV, da mucho que pensar. Se colige que pudiera ser una insidia de los consejeros áulicos del nieto de Federico Barbarroja, para desacreditar al papado, arrebujando una historia, no poco machista, que escribieron dos eclesiásticos afectos al poder germano.

Si es cierto que la iglesia siempre ha tratado de encubrir a las mujeres de moral distraída, con un papel prominente en algunos papados --como es el caso de Marozia de Spoleto (amante del papa Sergio III), Julia Farnese o Vannozza Cattanei (concubinas ambas de Alejandro VI y madres de dos y cuatro hijos respectivamente) u Olimpia Maidalchini (correveidile y pinga de su cuñado Inocencio X)--, a las cuales ha enterrado en un absoluto silencio histórico; podemos pensar que una mujer papa produciría soponcios cardiacos a las egregias sotanas de la curia.

Cronista oficial de Castelló