No es en absoluto una cancioncilla trivial o intrascendente de Antonio Machado. Escribió esos escasos octosílabos para los niños. Y uno, vecinos, se los recitaba con escasos años al maestro de primera enseñanza en la escuela graduada, como le cantaba como un papagayo las virtudes teologales y los pecados capitales al párroco del pueblo porque se acercaba la primera comunión. Entonces no peinábamos canas ni calvas. Hoy necesitamos escaso champú. Necesitamos, eso sí, un pelín de memoria y, si ustedes los recuerdan, los versos de Machado rezaban hace siete décadas lo mismo que ahora: «La primavera ha venido/nadie sabe cómo ha sido/Ha despertado la rama/y el almendro ha florecido/y en le campo se escuchaba el gri gri del grillo».

Pero el grillo, vecinos, no canta porque carece de cuerdas vocales. Lo que llamamos canto del grillo no es más que el sonido producido al frotar una contra la otra sus alas endurecidas. Aunque eso lo desconocíamos cuando éramos unos rapaces antiecológicos, y atrapábamos al insecto cantor para enjaularlo en una caja de cartón. Un puñado de años después, cuando ya nos habíamos olvidado de las perversidades infantiles con respecto a la naturaleza, nos enteramos del coro de los grillos que cantan a la luna, es decir, del orfeón constituido por no pocos políticos que repiten una y mil veces su doctrina aprendida y engañosa. Es un canto que resulta más estridente que el roce de las alas endurecidas de los grillos. Aunque ahí los tienen ustedes, vecinos, insistiendo una y otra vez de forma estomagante en la bondad de sus gobiernos y la maldad del gobierno de sus adversarios políticos. Olvidadizos como son, evitan evocar sobre los causantes de la grave crisis económica que originó el ladrillo hace una década; del mismo modo que instalan un apagón informativo sobre los graves casos de corrupción que todavía colean en la diestra y la siniestra de Dios padre, es decir, del escenario político que contemplamos. Y esto, en València, en Castelló del Riu Sec, y por doquiera que ustedes observen con atención. Y, si observamos con atención, se hace necesario añadir que no todos nuestros políticos, a diestra ni a siniestra, actúan o cantan mediante el roce de sus alas endurecidas. Sucede, sin embargo, que es el gri gri el que suena y el que nos suele llegar desde el escenario de lo público. Qué le vamos a hacer, vecinos. Nuestros conciudadanos rumanos, resignados, suelen decir este ceea ce este, que viene a ser lo mismo.

Con todo no cabe asumir una resignación proverbial que quizás injustamente se les atribuye a nuestros conciudadanos europeos de Rumanía. Aquí hay cantos que no proceden del roce de alas endurecidas. Sin ir más lejos, las declaraciones públicas que hace el empresario valenciano Juan Roig, el de la cadena de supermercados; suelen tener lugar en primavera, cuando despierta la rama y el almendro florece; vienen a ser la antítesis del gri gri. En la rueda de prensa anual en que explica el balance anual de cuanto ocurre en su empresa. Y Juan Roig es transparente: dice cuanto piensa y hace cuanto dice. Hace ahora exactamente una década dio a conocer su opinión sobre la crisis del ladrillo y cómo salir de ella. La crisis, afirmaba, era una oportunidad para los emprendedores y tenía una receta sencilla para superarla: trabajo, esfuerzo y reducir beneficios. Eso era por marzo del 2011. En abril de 2021, en su anual rueda de prensa, porque el hombre se prodiga poco en los medios, vino a indicar algo que, desde luego, debe incordiar bastante al gri gri del coro de grillos que cantan a la reducción de impuestos: «Si queremos la sanidad universal, la justicia universal y la educación universal, hay que pagar impuestos». Y añadió a continuación: «Otra cosa es cómo se gestionen los impuestos que pagamos». Con lo cual, uno, y quizás muchos de ustedes vecinos, se olvida del gri gri y de la resignación.