Si se realiza una pequeña revisión histórica sobre los miedos que han atemorizado a la humanidad, es fácil observar que han ido cambiando. Son miedos atávicos que heredamos de nuestros ancestros y que cuestan de borrar.

Por ejemplo, en el siglo XIX predominaba el miedo a ser enterrado vivo, tafofobia, del griego tafos (tumba) y phobia (miedo intenso). Al igual que otras aprensiones irracionales, antaño tuvo su razón de ser porque, efectivamente, pasaba.asta tal punto era así, que se solía redactar un largo texto con instrucciones para impedirlo.abía incluso quien pedía ser decapitado antes de que le echaran tierra por encima. También existían ataúdes con sofisticados métodos para avisar en caso de que se produjera el fatal malentendido.

En el siglo XX fue la aerofobia, el miedo a volar en avión, el miedo más universal. A pesar de que el avión es el medio de transporte más seguro, el hecho de que nos encontremos en el aire, y sin posibilidad de parar, provoca verdaderos ataques de pánico a buena parte de la gente.

En el presente siglo, la fobia mas universal es el miedo al dolor, algofobia. Etimológicamente, la definición procede del griego algos (dolor) y phobia (miedo). La medicina ha avanzado mucho en el campo de la sensibilidad, siempre tras la idea de que el paciente no debe sufrir por dolor. Tanto es así, que en los primeros 15 años del siglo XXI han aparecido más analgésicos que en todo el resto de la historia de la medicina.

Ahora, que llevamos más de un año de pandemia, se ha acentuado esta fobia, seguramente como consecuencia del confinamiento. Parece que se impone la obligación de ser feliz, de estar contentos y alegres, como si se tuviese que conseguir un estado de anestesia permanente, rasgo patológico de esta sociedad unas veces tan moderna y otras tan pueril.

Y conviene no olvidar que el dolor es inevitable, pero el sufrimiento es opcional.

*Psicólogo clínico

(www.carloshidalgo.es)