En la Fiesta de la Trinidad, hoy, celebramos la Jornada Pro orantibus, dedicada a los monjes y las monjas de vida contemplativa. Nuestra Diócesis cuenta con diez conventos de monjas. Apartadas del mundo se dedican a la oración y al trabajo. Cada día rezan por todos nosotros. No se desentienden de nada de lo que ocurre en nuestra Iglesia ni en nuestro mundo. Nada humano ni eclesial les es ajeno. Tampoco en esos momentos de dolor por la pandemia y sus duras consecuencias familiares, laborales, económicas y sociales. Están «cerca de Dios y del dolor humano». Ya desde el primer momento de la pandemia no sólo rezaron por los afectados y por el fin de la pandemia; también confeccionaron mascarillas para los internos de los centros penitenciarios y ofrecieron sus donativos a pesar de su pobreza.

Las monjas sufren cuando el mundo sufre. Su apartarse del mundo para buscar a Dios es una de las formas más bellas de acercarse al mundo del dolor a través de Dios. Porque están cerca de él, lo contemplan y glorifican; y por esta razón no pueden por menos de estar cerca del dolor del mundo, orando por los que sufren. En su oración diaria están presentes los fallecidos por el covid-19 y sus familias, los contagiados y los enfermos, los sanitarios y los capellanes; y los que sufren el paro y la pobreza, el miedo ante el contagio y la incertidumbre ante el futuro, o las personas vulnerables o que sufren soledad.

Los monasterios de vida contemplativa son faros luminosos en medio de un mundo que ha perdido la luz de Dios y tantas veces la esperanza; nos hacen presente a Cristo que siempre nos acompaña y nunca nos abandona: Él es la Esperanza que nunca defrauda.

Recordemos en esta Jornada a todos los monjes y monjas con gratitud y esperanza. Pidamos al Señor que los custodie en su amor y los bendiga con nuevas vocaciones, que los aliente en su fidelidad y los mantenga en la alegría de la fe.

*Obispo de Segorbe-Castellón