No especules, mide». Así señalaba Leibniz el camino de un modelo de conocimiento liberado de todo capricho, engaño y subjetividad. Medir y evaluar objetivamente deviene la posición más cabal para aproximarnos a la realidad. Así sucede o debería suceder a la hora de chequear, por ejemplo, las políticas que se practiquen en una democracia avanzada.

Ese es el reto de los estados contemporáneos en este punto de inflexión histórica que estamos viviendo. A favor de esta interpelación al sistema juega la revolución tecnológica y la denominada economía del dato.

Que todo pueda ser tangible y mensurable es una pésima noticia para los vendedores de humo. No solo es una cuestión de establecer métricas, sino de que sus resultados sean conocidos en tiempo real por la ciudadanía. Escojan la versión que prefieran sobre su condición de ciudadanos. A saber, consumidores, turistas, usuarios, clientes, pacientes, electores, sufridores varios, etc…

Disponer de datos sobre las verdaderas acciones que nos afectan puede constituir una de las mayores operaciones de empoderamiento y cualificación democrática que nunca hubiésemos imaginado.

Por supuesto que las metodologías y herramientas de la tecnología Bigdata deben gestionarse con parámetros éticos y transparentes. Lo contrario nos podría abocar a una distopía horrible que todavía estamos a tiempo de evitar.

Las democracias no pueden relajarse en el balance social que toda innovación disruptiva nos vaya aportando. Lo hemos visto durante la pandemia. Occidente no ha sabido resolver adecuadamente la defensa de la intimidad con la lucha eficaz contra el virus. Durante muchos meses hemos combatido la extensión del patógeno con armas del siglo 20 o anteriores.

Ahora estamos en disposición de afrontar nuestros principales retos como sociedad sabiendo si acertamos, si cumplimos, si avanzamos o si retrocedemos. En el ámbito del turismo, por ejemplo, podremos escoger destino en función de su compromiso real con la descarbonización, la eficiencia hídrica, gestión de residuos, responsabilidad social, etc. Podremos escoger premiando o suspendiendo. Nuestro patrón de consumo cambiará el mundo, para bien o para mal. Podremos saber el coste ambiental que tiene para el planeta todas y cada una de nuestras decisiones a la hora de comprar o seleccionar toda suerte de bienes o servicios. Qué hay de sostenible o de insostenible en toda la cadena de valor de una experiencia vacacional. Si sumamos a ese escenario de oportunidades el fortalecimiento de nuestra educación en valores, todavía podemos revertir esa cuenta atrás que asedia la salud del planeta.

Ojalá todos los sectores de la economía se conjurasen para programar un nuevo modelo que reconcilie el desarrollo suficiente de la economía y la correspondiente equidad social con la recuperación y mejora de las constantes vitales de ese lugar llamado mundo.

Secretario autonómico de Turismo