Hermanos: ¡Cuanta punta le hubiera sacado Berlanga al tema de Torre la Sal y el revuelo que se ha montado al respecto!

Es como si en su último legado que dejó el cineasta en la Caja de las Letras del Instituto Cervantes en lugar de incluir un guion inédito de ¡Viva Rusia! nos hubiera dejado otro que se llamara El gran derribo.

Imaginaros la escena: un funcionario de los servicios provinciales de Costas va un día y se levanta un poco cabreado. Vete tu a saber por qué. Y ese día, antes del desayuno, tropieza con una caja A-Z que tiene desde hace años detrás de su mesa de despacho. En la parte baja. Casi sepultado por todos los expedientes de autorización de chiringuitos e infracciones por arreglarse los escalones de una casa a primera línea de paseo marítimo sin permiso.

Después de soltar los improperios preceptivos a esas horas de la mañana, desempolva el expediente de deslinde de Torre la Sal y se da cuenta que aquello lleva allí 30 años y que algo habrá que hacer. Y mirando los antecedentes se da cuenta de que hay otro deslinde de hace casi 50 años. Y eso no puede ser. Y como decía el entrañable y permanentemente cabreado Agustín González en el papel de cura nacional-católico en La escopeta nacional: «¡Que lo que yo he unido en la Tierra, no lo separa ni Dios en el Cielo!». Y se pone manos a la obra enviando escritos del Ministerio para la Transición Ecológica a unos 100 vecinos de las casas del poblado marítimo y al Ayuntamiento de Cabanes, que también es titular de unos cuantos edificios y parcelas. Iniciando un expediente un expediente de recuperación del dominio público.

«Será cosa de tomarme ya el desayuno, que, si no, ¡no soy persona!»

Urbanista