Querido/a lector/a, leer en la prensa que el paraje del Penyagolosa tendrá un refugio escuela de montaña y, volver a leer a los pocos días que se ha firmado un acuerdo (Generalitat, Diputación y Obispado) para recuperar y rehabilitar el Santuario, son dos buenas noticias que nos reencuentran con la dignidad. Lo digo porque cuando revivo mi relación con el Penyagolosa reconozco que mi cerebro guarda y cuida con alegría las entrañables vivencias que siempre han supuesto las subidas a pie con el Centre Excursionista y con amigos como Ferran, Pitarch, Traver, Porcar, Adrián, Luismi, etc.

Pero ni niego ni escondo, si no que aprovecho para denunciar, que si el viaje era un maravilloso caminar y coincidir con compañeros y con toda la riqueza de nuestra realidad y patrimonio, la llegada al Santuario se transformaba en un acto de dolor, en un lamento. Me refiero a que llegar cansado y seguir viendo y comprobando (año tras año y sin aparente posibilidad de enmienda) el abandono del Santuario, era un hecho que daba vergüenza y, a la vez, era una voz que seguía advirtiendo del poco sentimiento de pueblo que tenían las instituciones y los políticos de la época. Me refiero, para que lo entiendan, que llegar era ver el desamparo y la falta de cariño que tenía el Santuario desde el exterior.

Pero entrar y quedarte para pasar la noche y subir a la cumbre el día siguiente ha llegado a ser una experiencia cercana al llorar: habitaciones con agujeros en el techo por donde entraba la nieve, ventanas sin cristales, servicios estropeados y sustituidos por cubos... Por eso ahora digo y repito que las decisiones de hacer el refugio-escuela en el paraje del Penyagolosa y recuperar y rehabilitar el Santuario son actos de dignidad en la medida en que le devuelven la utilidad social a la política y el respeto y el amor a nuestra tierras y gentes.

Analista político