"Se lo cree y quiere", me comenta un asesor acerca de la trayectoria ascendente de cierto político local al que yo también le veo imparable proyección en el ámbito de su espacio ideológico. Y vuelvo a lo de siempre, al margen del credo de cada cual y de sus legítimas convicciones está el carácter, que es el todo definitorio del ser humano. Creerse lo que uno hace y querer hacerlo es determinante cuando, es el caso, va acompañado de inteligencia emocional, valor que pierde fuelle en la sociedad materialista, mediocre y del gran hermano tecnológico que nos atrapa. Una combinación que proyecta el desalentador gris, con especial profusión en la grey política de todo color y condición, ajena a la realidad, subida en un tranvía a ninguna parte como el de Boris Vian. En un momento en el que las etiquetas, por ignorancia y revanchismo, se reparten con la misma canalla gratuidad que los nazis repartían estrellas de David para que los judíos las llevaran visibles, resulta milagroso encontrar representantes públicos con verdadero poder capaces de supeditar el sectarismo al deber de servicio con el conjunto de la sociedad. Ahí está Cataluña, pendiente de la chistera de Pedro Sánchez.

En la dictadura lo políticamente correcto, el seguidismo a Franco, garantizaba tranquilidad e incluso prosperidad. Salirse de la senda representaba el anatema, además de otras consecuencias. En estos tiempos convulsos la política disfrazada de progresista resulta la más dogmática. Según el maestro Raúl del Pozo, volvemos al triste camino de la sumisión, la autocensura, mientras nos endilgan la obediencia debida a lo políticamente correcto. La libertad de expresión empieza a estar en un brete. Inquietante.

Periodista y escritor