Pedro Sánchez está realizando un alarde de fe, añadamos el calificativo de buena, en el serio problema del separatismo catalán que culmina hoy con la aprobación de los indultos a los políticos presos por sedición y malversación. Tener fe en uno mismo es algo fundamental para cualquier líder que se precie. Esa fe, que los curas de sotana y tonsura aseguraban podía mover montañas, tiene traducción efectiva en el Consejo de Ministros concediendo una gracia que ni los condenados han pedido ni el Tribunal Supremo ve de recibo, además de contar con el rechazo de la mayoría de españoles. Todo sea por la fe en pos de la concordia, debe pensar el presidente del Gobierno cuya intrépida impronta es alimentada cada día por el spin doctor Iván Redondo, criado en la ubres del PP. El fin es deseable, aunque habría que preguntarse si a base de fe es posible semejante declaración de intenciones, conociendo a la tropa que debe propiciar la concordia. De momento el president de la Generalitat catalana, el independentista Pere Aragonés, ha dicho que los indultos son insuficientes. El presidente bis en el exilio, Puigdemont, ya está preguntando que hay de lo suyo y algunos le han asegurado que pronto estará en Barcelona, rememorando la imagen de Tarradellas con aquel histórico «ja soc aquí». El resto de rebaño sobre el que Sánchez pone la fe demanda la amnistía y seguir por la calle de en medio con la pancarta de la sedición con el «ho tornarem a fer».

Ayer el presidente Sánchez viajó a la Ciudad Condal para largar veinticinco minutos de discurso. El estrambote resultó la confesión de la fe que profesa en si mismo y en aquellos que lo tienen cogido por donde más duele, los mismos en los que ha depositado la fe de la concordia. Muchos dicen que Sánchez hace todo este contorsionismo político, sumido en la amnesia de pretéritas declaraciones contra los indultos, porque le ha cogido gusto a la poltrona y en la sintonía de líder ambicioso, entusiasta de Maquiavelo, ha llegado a entender que la fe en uno mismo trasciende a cualquier precepto moral. Es posible. El virus del endiosamiento es de largo recorrido en el devenir de la humanidad. Desde luego, la trayectoria del jefe del Ejecutivo tiene sobrados mimbres para sembrar la duda sobre su estado emocional, fundamentado en la fe de cuanto hace. Pero no hay que olvidar que el líder intrépido imbuido por el exceso de fe puede trocar en temerario. Dejó escrito Oscar Wilde: «Las cosas de las que uno está completamente seguro nunca son verdad. Esa es la fatalidad de la fe y la lección del romanticismo».

Cuidado con el exceso de fe, Franco lo recomendaba a raudales a sus colaboradores. A él le fue bien, a las libertades menos. Y es que la fe férrea en uno mismo en ocasiones, las más, juega malas pasadas. Edward John Smith era un marino experimentado que tenía extraordinaria fe en si mismo. Creía a fe ciega en su experiencia y buen criterio de lobo de mar, al punto que no dio importancia a los reiterados avisos que alertaban de peligrosos icebergs en la ruta entre Southampton y Nueva York. El hundimiento del Titanic es de sobra conocido.

Sánchez no pilota un paquebote, está al timón de una gran nación de 47 millones de españoles, con 17 autonomías sometidas a las reglas de la Constitución del 78, en el ámbito de un sistema democrático que debe garantizar la separación de poderes. A Pedro Sánchez le es exigible prudencia, pericia y sentido de Estado. En el servicio a España, por lo que supone tanto de honor como de responsabilidad, no todo es legítimo. Veremos si los indultos sancionados hoy nos llevan a navegar en aguas tranquilas o nos comemos los icebergs.

Periodista y escritor