Cuentan relatos apócrifos que la ya papisa, aunque todos la tenían como varón, trajo a su vera al apuesto Conde Gerold para nombrarlo jefe de la escolta papal. Por si fuera poco, en una palmaria táctica feminista, creó una guardia pretoriana, con un grupo de feroces guerreras normandas, las que conoció en su pretérito viaje hacia oriente, capitaneadas por Astrid, bautizada como Krista.

Los ulteriores cronistas, hablaron muy bien de un pontificado que duró dos años, cinco meses y cuatro días, pródigo en reformas, abundante en sínodos, caritativo con los menesterosos y reivindicador del papel de la mujer. A este respecto, además de la guardia pretoriana, cabe significar el proyecto de creación de escuelas para niñas e, incluso, propuso incorporar al Nuevo Testamento el evangelio de Santa María Magdalena. A 21 siglos de distancia, uno presupone que no hubiera estado mal que apólogo falsario, hubiera sido verídico, en mor del aggiornamento de la iglesia.

En la leyenda no faltan intrigas de rocambolesco postulado como la creación de un consejo de 12 miembros entre los que incluyó a su viejo enemigo el cardenal Anastasius, con un gatuperio a lo Vito Corleone: «Mantén a tus amigos cerca, pero a tus enemigos mucho más cerca». Las reuniones de este grupo, al que denominó los apóstoles, en razón de su número, eran secretas. En el ceremonial litúrgico del contubernio, columpiaban incensarios donde ardían aromáticas hierbas narcóticas (no olvidemos sus conocimientos de botánica) que dejaban emporrada a toda la cámara. De esta manera fue convenciendo a sus miembros de que Dios le hablaba en sueños y les pedía que estuvieran preparados para un gran milagro. Era astuta la gachona, no me digan que no. En fin, aquí nos quedamos. La semana que viene escribiré The end.

Cronista oficial de Castelló