El pasado martes, ¡alabado sea el Señor!, el buque ataúd Nazmiye Ana fue desplazado 150 metros a lo largo de la línea del cantil del muelle de la Cerámica, punto en el que volcó mientras se realizaban las operaciones de carga de contenedores, arrastrando en el siniestro al estibador David, y atrapando en el interior a uno de los tripulantes de origen indio. A la hora de redactar estas líneas seguía sin aparecer el cuerpo de David, 28 días después del accidente. Mientras, la familia continúa rota con el corazón en un puño, la impotencia desbordada y más sola que acompañada. Pude comprobar de primera mano tan incomprensible soledad. Solo cuatro familiares estaban presentes en el punto elegido para tributar homenaje al castellonense desaparecido. «¿Dónde están los representantes de los estibadores?», preguntaba una de las muchas personas que llevaron flores y velas. Silencio. Otros preguntaron por qué el acto de reivindicación en la búsqueda de David no se había realizado en una zona más visible y accesible, por ejemplo, el faro de Puerto Azahar. Silencio.

Muchos interrogantes siguen en el aire en este accidente, a la espera de que queden despejados en la investigación que está efectuando la Policía Judicial de la Guardia Civil, garantía de profesionalidad en medio de tantas dudas. Atribuidas, a criterio de sectores portuarios consultados «a una cuestionable gestión de la crisis, que ha provocado razonables dudas sobre la adecuada respuesta, en tiempo y forma». Asunto delicado, sobre el que iremos conociendo más detalles a medida que avancen los trabajos de rescate y prosperen las pesquisas judiciales. Mientras, sigue siendo prioritario encontrar a David. Y arropar a la familia.

Periodista y escritor