Pasar a la historia o hacer historia son expresiones que utilizamos con mucha frecuencia para referirnos a alguien que ha destacado por algún hecho. Pero el error viene cuando entendemos que ese acontecimiento obligatoriamente debe ser positivo. Y nada más alejado de la realidad que esta afirmación. Lo importante no es pasar o hacer Historia, sino el motivo por el que se hace notoria alguna decisión o deliberación tomada por cualquier personaje en su trayectoria. Es decir, por qué se pasa o se hace historia.

A todo esto, el estudio de nuestro pasado nos ha mostrado como muchos españoles --en muchas ocasiones sin pretenderlo-- destacaron por descubrimientos, inventos, creaciones artísticas o por dirigir a su pueblo hacia un futuro mejor. Por otro lado, hay individuos que son conocidos no precisamente por cualidades como las mencionadas, sino por cuestiones negativas que trajeron épocas oscuras a este país.

Por último, hay un tercer grupo de personas que se empeñan en pasar a la Historia sin pensar en las consecuencias que pueden ocasionar a sus conciudadanos. Cuando la obsesión se convierte en uno mismo y en la aparición de su nombre en los manuales, se consigue menospreciar a la auténtica finalidad que es la defensa del interés general y nos encontramos con idólatras o personajillos capaces de todo para gloria de su ser.

En la actualidad los españoles sufrimos en primera persona a uno de estos individuos que pretende alcanzar la inmortalidad a un precio muy elevado y que pagaremos todos los ciudadanos. Hombre que ya se ha bebido toda el agua de la fuente de la eterna juventud, que ha roto por exceso de uso el espejito de la madrastra de Blancanieves o pacta todas las noches con el mismísimo diablo para seguir en el poder.

Pero la incógnita es hasta dónde piensa llegar con su ambición desmedida y su egocentrismo infinito. No tiene bastante con trocear el reino que le ha tocado gobernar y repartirlo entre los enemigos de la unidad ni tampoco con acabar con el estado de bienestar a cambio de mayor protagonismo para los que sueñan con implantar un sistema totalitario en el que solo se benefician unos pocos. O incluso desequilibrar las instituciones que sustentan el Estado a través de su control y posterior manipulación con fines partidistas y sectarios.

Empezó, aunque falló, con el intento de silenciar el Parlamento; continuó con la utilización del BOE como folleto propagandístico; prosiguió con la colocación de un afín al frente del CIS que colorea de un rojo intenso todos sus estudios; convirtió a RTVE en su vocera predilecta; colocó en momentos de pandemia en el CNI a los enemigos nacionales; nombró como fiscal general del Estado a una de sus más fieles seguidoras; pretende dominar al poder judicial, pasando por alto la división de poderes que consagra la Constitución Española; emplea los indultos para contentar a sus compañeros de viaje y la última intención, hasta el momento, es amordazar al Tribunal de Cuentas para que no los investigue.

Es cuestión de tiempo que el sanchismo llegue a su fin pero, ¿qué habrá quedado de España cuando esto ocurra? ¿Le valdrá la pena ser recordado para siempre como el peor presidente de la historia más reciente de nuestro país?

Diputado del PP por Castellón en el Congreso