Aunque en estos primeros días de julio la fatiga mental domina nuestro ser y el corazón se halla todavía impregnado de tristeza, el periodo más sombrío de la pandemia da paso paulatinamente, y con sobresaltos, a otro tiempo con menos miedo a la muerte de un ser querido. Dentro de no muchos meses, quizás sean solo unos pocos, el peligro para la salud pública remitirá definitivamente, gracias a las vacunas y otros avances de la ciencia médica.

Superada la epidemia sanitaria, será entonces cuando volverán a ser actualidad otras dos emergencias que aguardan solución desde antes que este maldito virus nos arrebatase la parte más dulce del vivir. Una es la emergencia climática de la que me he ocupado en ocasiones anteriores, y a la que la Unión Europea pretende hacer frente con el coloquialmente denominado Pacto Verde Europeo, con recursos millonarios en euros. La segunda es social: la llegada de migrantes, sean refugiados o inmigrantes.

Los refugiados vienen movidos por razones tan dramáticas como la huida de las guerras o las persecuciones por motivos ideológicos o religiosos, convertidos en parias sin hogar ni medio de sustento. Los inmigrantes, llegados con la expectativa de una vida mejor o con la búsqueda de un trabajo digno, aunque sea humilde, que les permita escapar de una vida miserable.

Aún tengo en la retina la imagen de Petra Laszlo, aquella periodista que protagonizó un sonado incidente en la frontera de Hungría con Serbia en septiembre de 2015, en el momento culminante de la crisis migratoria ocasionada por la guerra en Siria. Las televisiones de todo el mundo recogieron el vergonzoso espectáculo que protagonizó agrediendo miserablemente a patadas a un refugiado sirio. Un escándalo en la frontera europea, porque Europa es tierra de acogida; la Europa que acoge era uno de los ejes del bienintencionado discurso que pronunció Macron en la Sorbonne, sobre el futuro del proyecto europeo.

Tal virtud forma parte de sus raíces, pues responde al espíritu de la Ilustración y la Revolución Francesa que fundamentan el origen del europeísmo. Así, por ejemplo, entre las páginas más nobles de la historia de Francia se halla en el hecho de que fuese tierra de asilo o de acogida para quienes huían de dictadores y golpistas, como ocurrió con los de España en los siglos XIX y XX, Fernando VII o las asonadas militares de O’Donnell y las réplicas de Narváez o Espartero, la toma del poder por el general Primo de Rivera o, de manera más cercana, aunque con luces y sombras, tras el Golpe de Estado de 1936.

Pero ahora quiero analizar otra cara de la acogida en Europa de los migrantes, en especial, de los refugiados. Entre ellos hay bastantes profesionales, con buena formación o estudios universitarios: médicos, arquitectos, ingenieros, economistas…, que, obligados a huir precipitadamente de sus hogares, por las bombas de las guerras o el acoso de policías que vigilan su sometimiento al pensamiento único o la fe verdadera, no traen consigo sus diplomas ni justificantes que avalen su profesión. A duras penas consiguen sobrevivir y no se hallan en condiciones de justificar sus estudios, y se quedan para siempre en el subempleo. En condiciones menos dramáticas, también otros muchos inmigrantes ejercen trabajos de menor cualificación de la que poseen por no poder argumentar tampoco sus competencias.

Dar una oportunidad acorde a sus conocimientos para estos refugiados e inmigrantes es una cuestión de humanidad, conforme con los que denominamos valores europeos que el Tratado de Lisboa recoge explícitamente. Pero va más allá, beneficia a quienes llegan, pero también beneficia al progreso de las sociedades europeas. Los españoles tenemos una buena muestra de ello. Cuando el exilio español en México, tras la derrota republicana en 1939, casi seis mil reputados intelectuales fueron acogidos allí con todos los honores; pero hubo otros cuarenta mil españoles que se refugiaron en tierras aztecas en condiciones similares a las antes descritas: profesionales, titulados universitarios que al llegar no poseían un documento que acreditase su condición.

Fue el presidente Lázaro Cárdenas quien, con extraordinaria visión, los acogió dándoles la facilidad de ejercer sus profesiones, mediante los avales de colegas de sus disciplinas académicas. Tuvo Cárdenas claro el gran beneficio que ello iba a reportar para su país. Cuando dio la bienvenida en el puerto de Veracruz al barco Sinaloa, repleto de exiliados republicanos, dijo que «los altos valores que representáis en las ciencias y las letras contribuirán al brillo de la cultura nacional».

En el año 2017 el Consejo de Europa inició un proyecto consistente en la creación de un European Qualifications Passport for Refugees, mediante el desarrollo de una metodología que permitiese medir las competencias y cualificaciones de aquellos refugiados que no pudiesen acreditarlas documentalmente. Como Consejero de Educación en la Representación de España pude intervenir entre 2018 y 2019 en esa actividad, una de las más nobles tareas que he tenido el privilegio de participar activamente. Sentí una extraordinaria emoción cuando hablé ante los 46 representantes de los otros países de Europa, y les expuse cómo se correspondía el desarrollo del pasaporte académico con el ser de Europa. Confiemos que los tiempos turbulentos que hemos vivimos no ahoguen tan digna iniciativa.

La llegada de inmigrantes forma parte del futuro de Europa, que necesita su integración, con respeto mutuo y en armonía con la evolución demográfica. Las urgencias hay que atenderlas, pero las soluciones de los problemas sociales no pueden ser solo respuestas puntales a los problemas de cada momento, no se trata de improvisarlas, hacen falta estrategias meditadas. Europa tiene un problema demográfico, con pocos nacimientos y envejecimiento de su población. Por otra parte, desde muchos lugares del planeta se ve el continente europeo como una tierra de promisión, un lugar en el que les gustaría vivir y disfrutar de su bienestar. Parecen las condiciones adecuadas para su simbiosis. Sin embargo, su encaje es complejo en un tiempo de dificultades como el actual.

A no mucho tardar, la acogida de migrantes puede ayudar a nuestra Unión Europea a salvar sus déficits demográficos. La adecuada integración de quienes lleguen es crucial, sin multiculturalismos estancos ni barrios aislados a modo de guetos, un impulso rejuvenecedor del Viejo Continente.

Bon estiu, estimat lector, i fins el segon diumenge de setembre.

Rector honorario de la Universitat Jaume I