Para todo tenemos mitos. Los mitos hunden sus raíces en el tiempo difuminando a menudo las fronteras entre la verdad y la ficción. Lo que nos fascina de ellos es la carga pedagógica que encierran. Son como relatos en los que identificar y enmarcar situaciones que enfrentamos en el presente. Como si hallando referencias y anclajes pretéritos entendiésemos mejor nuestros avatares de hoy.ay uno que parece guionizado para todo cuanto nos golpea en este tiempo. El mito de Sísifo. Fundador y rey de Éfira. Condenado a cargar cuesta arriba una gran roca que, a punto de alcanzar la cima, retornaba a su origen irremediablemente. Un suplicio a perpetuidad. Una carga física y mental por la desesperante recurrencia del ciclo. Llamémosle hoy ciclo u ola pandémica. Sin duda el desenlace de nuestro drama será otro, aunque circunstancialmente hayamos cronificado una sensación de extraña impotencia que reverbera aquel mito en nuestras vidas.

Todo acabará bien y si no acaba bien es que no es el final. Esta frase la pronunció el protagonista de El exótico hotel Marigold, una increíble película que versa sobre la esperanza en medio de las dificultades.

El eco de Sísifo pasará y ganaremos esta batalla. Lo hará la inteligencia humana con la respuesta científica como cuerpo de choque. Lo lograremos con la tenacidad de colectivos profesionales abnegados cuya determinación infatigable no tiene precio. Pero en esta travesía no todo resulta épico y, a veces, ni siquiera aceptable. No creo que sea necesario señalar a nadie. El fracaso no debería imputarse individualmente o por grupos de edad concretos. Lo que nos pasa en sociedad y como sociedad puede que sea mérito o demérito de esa misma sociedad vista como un todo único.

Sea como sea, las escenas que estamos viendo tras año y medio de pandemia, merecen un severo reproche. No entiendo por qué tratamos a veces de justificar que todos hemos tenido 18 años. No en estas circunstancias. No son los 18, son las actitudes de varias generaciones. No se pueden justificar conductas insolidarias y demenciales. No con todos los muertos que hemos contado. Con todas las pérdidas económicas, negocios arruinados y biografías laborales truncadas. No tengo demasiadas ganas de comprender psicosociológicamente a los reyes y reinas del botellón.

Y cuan fácil ha sido culpar al ocio profesional de todo. Otro mito. Levantemos un poco la mirada de nuestro ombligo. ¿Esta es toda la capacidad de sacrificio como generaciones mejor formadas y agasajadas de la historia?

Hace ya más de un año, cuando el esfuerzo era permanecer en los domicilios y sin restricciones de suministros ni alimentos (mucha gente engordó cultivando la glotonería, desarrolló dotes de cocinitas, bricolaje, etc.) un joven italiano desmitificó tanto sacrificio recordando que, mientras sus abuelos fueron llamados a una guerra, a nosotros solo se nos pedía quedarnos en casa. El minuto y resultado es que seguimos escudándonos en otro mito como el cansancio para abrazar al nuevo becerro de oro (otro viejo mito) llamado botellón y que nos den. No sé. Sabremos mucho de todo pero nos cuesta aprender lo fundamental.

Doctor en Filosofía