La semana pasada, en esta mi columna, salió a colación, en la glosa sobre un casorio, el vocablo guay. El término se ha puesto de moda, por el habla de la juventud postmoderna y al autor de estas líneas no deja de hacerle gracia, aunque «le rasque» un poco su origen.

Es más, en ocasiones, en el uso coloquial, se le busca la rima intencionada, completándola con un «del Paraguay». La frasecita le trae recuerdos a uno, que no es mayor, sino anciano de un charlestón, muy animado, que se llamaba «Al Uruguay» y que mi madre, que era en su juventud casi de esa época, bailaba con indudable gracia.

El germen de guay, procedente del árabe, estipula aquello que es bueno, productivo, gracioso, divertido, bonito… Con esa denominación, otrora, se hacía referencia a la calidad («juwayyis», también de la misma lengua) del hachís (otro arabismo). Esta resina del cannabis, ya lleva tiempo exportándose, «de extranjis», a estos pagos, por los marroquíes, e incluso algunos europeos, con el ánimo, todos, de «hacer su agosto». Los tratos establecieron léxico en Andalucía, donde el habla del terreno tiende a fagocitar las eses entre letras y a final de la palabra, o las jotas al principio, sobre todo cuando van seguidas de la vocal u. De esta manera «juwayyis» se quedó en «juai», derivando muy pronto a «guay». El hecho de que la palabreja, aparte de por la sonoridad jacarandosa del monosílabo, tuviera pronto aceptación y recorrido, también podría deberse a la euforia que provoca la degustación de la «hierba». Todo ello hizo que la juventud la asumiese, sobre todo, a partir de los felices años 60 de la pasada centuria, como lo awesome, swet, cool, nice…y demás sinonimias. Tal fue su reclamo que, incluso, pasó al lenguaje publicitario radiotelevisivo, en el anuncio de una turística urbanización oropesina, muy jaleada. Un beso, Marisa, I remember you.

Cronista oficial de Castelló