Conocida es, supongo, la novela póstuma del noble italiano Giuseppe Tomasi di Lampedusa, El Gatopardo, de la cual ha quedado como frase lapidaria aquella de «si queremos que todo siga como está, necesitamos que todo cambie». O «cambiar todo para que nada cambie»; un cambio lampedusiano es aquel que describe un círculo y vuelve a colocar las cosas en su punto de partida, al menos en apariencia. Es lo que alguno ha denominado gatopardismo.

Solemos pedir el cambio, tanto si nos referimos a actitudes como a la política o al mundo en general. Pero nos olvidamos de lo que decía Mohandas Gandhi, que «nosotros debemos ser el cambio que queremos en el mundo». Tratamos de que cambien las cosas, incluso las personas, pero nos situamos al margen de la acción y permanecemos inertes ante el paso de ese cambio. En esta época de pandemia lo estamos viendo continuamente: normas incumplidas, errores cometidos y contagios inconscientemente propiciados. Una especie de gatopardismo light. La caridad comienza por uno mismo… y por su entorno. Pero la realidad dista mucho y los pesimistas comienzan a recordar aquella pieza musical que tantas veces hemos tarareado, Stop the world… I want to get off (Parad el mundo...Necesito bajar). Pero no se trata de bajar, sino de empujar con nuestra personal responsabilidad. Y sin pausas. El tiempo, el calendario, se está encogiendo y cada año, cada día es más corto que en otras épocas. La pandemia está durando demasiado y las actitudes apenas se mueven.

Para cambiar el mundo necesitamos cambiar nosotros. «Conócete a ti mismo», dice la sentencia socrática; y vuelve a ti mismo, a tu interior, en donde habita la verdad, añadía otra sentencia, la agustiniana. Cambiar para que todo siga igual, no es la solución, es gatopardismo.

Profesor