El paréntesis veraniego nos brinda la oportunidad de aparcar el análisis político y de reflexionar sobre la condición humana. El segundo verano bajo el signo de la pandemia nos permite interrogarnos no solo sobre el impacto del covid-19 en los planos sanitario y socioeconómico, sino también en nuestras consciencias. La escala de valores se ha tambaleado: nos hemos percatado, como ya ocurrió con los atentados del 11-S de 2001 y la crisis financiera desatada en otoño de 2008, que en la era de la mundialización no solo se globalizan el terrorismo y la economía, sino también las epidemias.

Es la llamada sociedad del riesgo, en expresión de Ulrich Beck. Hemos podido comprobar de nuevo que el riesgo  cero no existe. Se trata de una realidad que habían experimentado las viejas generaciones que vivieron la posguerra, tanto española como europea, pero que era desconocida por los nacidos al amparo del modelo social europeo: el mayor periodo de paz, libertad política, progreso y crecimiento económico de la historia. Nuestra generación, en el último ciclo de crisis, tuvo la sensación de que por primera vez sus hijos vivirían peor que sus padres.

Ahora, padres e hijos, deben afrontar la generalización de riesgos --el cambio climático, la crisis financiera, el terrorismo-- que evocó el sociólogo alemán ya fallecido. La pandemia del coronavirus se ha añadido desde hace más de un año a la lista. Se ha instaurado un estado de urgencia que trasciende la esfera nacional para convertirse en universal. Las respuestas, para que sean eficaces, deben ser globales; europeas, en un primer estadio. Sin embargo, en el plano interpersonal, necesitamos también un proyecto de vida que supere las crisis de opulencia que padecemos.

La alemana Nora Borris, especialista en análisis transaccional y pastora protestante, ha escrito un texto sobre la gran lección de la pandemia que resume en las tres uves: la vulnerabilidad, la vinculación y la vigilancia.

El artículo, publicado en el suplemento de abril del Quadern de Cristianisme i Justícia, apunta que «la vulnerabilidad, la vinculación (por nuestra mutua dependencia y solidaridad) y la responsabilidad (o vigilancia) son la base de la condición humana y la clave para nuestro desarrollo». «En los procesos de cambio actuales podremos modelar todos los espacios vitales cuando nuestra convivencia esté más marcada, en todos los campos, por la solidaridad y la atención que no por la rivalidad y la competencia», concluye Borris.

Desde esta óptica, a los seres humanos se nos exige ser cuidadosos y asumir responsabilidades mutuas. Estas reflexiones deben tener traducción en el plano político: a la épica guerrera, usada por muchos gobernantes al inicio de la pandemia, hay que contraponer la ética del care, es decir, del cuidado, en el sentido más amplio del término. Lo escribí en estas mismas páginas el 9 de mayo de 2020 y lo repito en este momento: durante la pandemia hemos incorporado al lenguaje cotidiano nuevos conceptos: confinamiento, desescalada, nueva normalidad, inmunidad de grupo...

El más preocupante, la llamada distancia social que remite a desigualdad, diferencia, marginación. Sí, hay que continuar manteniendo el distanciamiento personal, físico, pero en el plano social necesitamos justo cultivar todo lo contrario: proximidad, solidaridad, respeto y afecto.

La política neoliberal no solo recortó la sanidad pública; favoreció también el individualismo y relegó a un segundo plano las tareas del cuidado de nuestros conciudadanos, asignadas a menudo a las mujeres y a los colectivos más desfavorecidos. La gran mutación que se está gestando debe servir no solo para reorientar las políticas públicas, dotando a la sanidad de los recursos que se le habían sustraído, sino también para revalorizar la ética del cuidado.

Sí, una auténtica sociedad del care con una revolución de los servicios públicos y una transformación de las relaciones interpersonales. Es la otra gran lección que nos proporciona la pandemia que a menudo se olvida. Entre tanto, cuídense. Cuidémonos.

Periodista. Secretario del Comité Editorial de ‘El Periódico’