Esto va de música. De música, suspiros y esperanza. A veces la lírica, la poesía o los gestos disruptivos (en otro tiempo se les llamaría herejía o directamente locura) nos aportan más luces que la despótica rutina y las inercias inmovilistas. Alguien dijo que todo lo que cristaliza es muerte. Buscar, explorar, ensayar y experimentar en tiempos espesos no debería estar mal visto.

Silvio Rodríguez, en Solo el amor, una de sus canciones más selectas y melindrosas, sugiere abrazar el tiempo de los intentos. Considera el valor de lo que él llama la hora que nunca brilla, porque entraña un riesgo. El necesario para abandonar toda zona de confort. De lo contrario, imposible pretender tocar la certeza. Dicho de otro modo, para nadar en el mar tendremos que salir de la pecera. Hoy da la sensación de que nos hemos instalado en un bucle pandémico y corremos el riesgo de vivir atrapados en una especie de síndrome de Estocolmo por mor de un patógeno que nos ha sometido en todo momento a su siniestro guion.

Por eso, tras año y medio de desesperado combate contra sucesivos desafíos, olas, variantes y mutaciones, deberíamos, tal vez, asumir cuanto antes el reto de la convivencia. Cohabitar con el virus con las mayores garantías sanitarias pero abriendo el angular de la vida en todas sus expresiones y realidades. Cada vez tiene menos gracia escuchar la falacia de que de esta saldremos más fuertes. Hay algunos que sí. Saldrán multiplicando dividendos. En un mundo decente debería estar prohibido por ley amasar riquezas mientras pase un ángel exterminador para la mayoría.

Pero muchos no saldrán. No me refiero siquiera a los que han perecido porque ahí no hay reparación ni consuelo posible. Me refiero en estas líneas a ciertos sectores productivos, trabajadores y empresas. Esa dimensión de la pandemia que también se cobra víctimas. Las tragedias no castigan nunca por igual. Pongamos el ejemplo de los festivales de música y otros acontecimientos artísticos y culturales. Todos aquellos eventos que, sometidos a los mil vaivenes normativos que entraña la lucha contra el virus, no han parado de perder oportunidades, recursos y empleos. Por eso creo sinceramente que en la sala de máquinas que toma decisiones estratégicas y tácticas se debería asumir paulatinamente una perspectiva más completa y transversal del drama. Esto no va de administraciones, partidos políticos, miradas nacionales y demás lógicas del odio. Esto va de la vida real. La esgrima sectaria que hemos visto en ese sentido forjará uno de los episodios más vergonzantes que el futuro recordará de nuestra generación. Modestamente quiero insistir en la necesidad de asumir con más ganas cada adelanto en el camino, de compatibilizar la seguridad con la economía. Ya sea el certificado digital verde o la tecnología que garantiza la calidad del aire, la ventilación óptima o todo cuanto la innovación y la inteligencia nos vayan aportando. Aquello que parece que surgió en Wuhan se ha cronificado y, al covid 19, quizá le sustituya otra lacra insospechada hoy. Necesitamos comprender este mundo volátil y no morir en el intento. No olvidemos que hay muchas formas de morir o de estar muerto.

Doctor en Filosofía