Las diferentes civilizaciones del planeta surgieron gracias al desarrollo del sector primario como fuente de alimentación básica y, por tanto, de riqueza y prosperidad. La mayor obsesión para aquellos agricultores era mirar al cielo y rogar a las divinidades correspondientes que las inclemencias meteorológicas no estropearan la cosecha de ese año. Algunos aspectos han variado más bien poco respecto a nuestros ancestros, ya que los agricultores del siglo XXI siguen observando de reojo la evolución de las nubes, añorando la preciada lluvia y temiendo sus excesos. Las cosas del tiempo, bien sea por creencias religiosas o amparadas en el sistema de seguros actual --que prevén cubrir los posibles daños ocasionados por los fenómenos atmosféricos-- no han dado la tregua todavía suficiente para que los agricultores puedan descansar tranquilamente.

Sin lugar a dudas, existe entre la actualidad y aquellos primeros agricultores del Neolítico una gran diferencia que complica aún más esta valiosa labor del cultivo de la tierra. Las plagas como las del Egipto bíblico, sumadas a la fácil y rápida propagación en una economía cada vez más globalizada, se han convertido en el mayor quebradero de cabeza de los productores. Pero todavía peor que las plagas es su mala gestión por parte de los representantes políticos que tienen todas las herramientas necesarias para hacerles frente al mismo tiempo que niegan su utilización.

Esto mismo es lo que ocurre con el cotonet de les Valls o de Sudáfrica. Plaga que desde hace más de una década da señales de vida en nuestro territorio y se podía controlar mientras las armas disponibles eran empleadas. Todo cambió desde el momento en que el Gobierno de España hace dos campañas citrícolas decidió unánimemente prohibir su uso a aquellos que se pasan largas jornadas en el campo, a pesar de lo que afirme el Ministerio de Agricultura y les tache de incompetentes y vagos.

El Ministerio de Agricultura, por un lado, y la Conselleria, por otro, han hecho oídos sordos de las peticiones de nuestros agricultores. Han desentendido las llamadas de socorro que durante años venían avisándonos. Y ahora, cuando el problema está desbordado y se calculan en más de 200 millones las pérdidas para la campaña 2021-2022, a los que deberíamos sumar aproximadamente otros tantos millones de las dos campañas anteriores, las administraciones públicas mencionadas siguen variando sus criterios y ninguna de ellas ofrece soluciones reales y eficaces para combatir este drama. Además, rechazan ayudar económicamente a los productores que se han visto atados de pies y manos por la negativa del Gobierno a solicitar de manera excepcional la única herramienta útil demostrada hasta el día de hoy.

Señores de los gobiernos central y autonómico, no solo estamos hablando de un sector con mucha fuerza en nuestra economía, nos referimos a un sentimiento, a la herencia de aquellos primeros pobladores, a nuestra manera de entender la vida. Ojalá pronto deje de llover sobre mojado.

Diputado del PP en el Congreso