El otro día paseaba por el puerto de Castelló, al que tengo especial simpatía dado que mi padre fue secretario de su dirección facultativa durante casi 40 años. En mi deambular, recordé que, pese a que solo era una mísera rada, en el siglo XV se comerciaba en abundancia, con Génova, Narbona, Valencia, Colliure, Barcelona y Tarragona, con un total de salidas como días tiene el año, lo cual era una cifra muy a tener en cuenta.

Entre las fechas memorables para el Grau, en tiempos de escudo y espada, el 2 de septiembre de 1415, los reyes de Aragón Fernando I y Leonor Urraca, por segunda vez, vinieron por estos pagos en compañía de su hijo el infante Alfonso y su esposa María de Castilla. Los jóvenes se encontraban en viaje de novios, tras contraer matrimonio en Valencia. La galeota desembarcó en el fondeadero castellonense, como cita un manuscrito de la época: «El rei devia prendre terra al carregador de la mar de la vila de Castelló». A la soberana, la travesía náutica le produjo unas molestas náuseas que, por su singularidad, quedaron reflejadas en las crónicas locales, refiriéndose que «a la reina li havia fet mal la mar».

Hablando de la actividad comercial, diremos que cargaban hierros, troncos, cuchillos, brea, sebo, alquitrán y tablones, siendo los paños las mercancías más habituales y que ofrecían mayor rentabilidad. Igualmente, los productos del campo como las frutas, las leguminosas y sobre todo el vino, eran motivo de embarque. Había artículos, como metales preciosos o materias primas, que la intendencia prohibía expedir («coses vedades»), dependiendo de las necesidades de la villa en determinados momentos, siendo preciso el pago de aranceles dictaminados por el Batlle, en caso de exportación. Un puerto de vieja e ignota historia que, como podemos ver, sin duda, merece ser conocida. Volveremos alguna vez sobre ella.

Cronista oficial de Castelló