Cabe suponer, vecinos, que el dirigente del PP, Pablo Casado, filólogo de renombre internacional, diría que en la ciudad del Riu Sec, hablamos no valenciano, sino castellonense. Tal hizo con las variantes isleñas de las Baleares. Desde luego, nuestro compatriota abulense del PP no pretende emular a Menéndez y Pelayo o Menéndez Pidal, padres de la investigación filológica y literaria hispana, de quienes tanto aprendimos y que tanto nos enseñaron lo que eran las lenguas y lo que eran las hablas locales. Y justificaban sobradamente cuanto decían en sus largos estudios, marcados por la prosa amplia, erudita y decimonónica de don Emilio Castelar. El político y escritor que se paseó en alguna que otra ocasión por la capital de La Plana.

A lo mejor se enteró don Emilio, junto a los restos de la muralla liberal de Castelló, del significado metafórico que se le daba al término suro por estos pagos, donde se hablaba y habla el valenciano de Sant Vicent Ferrer y del padre Rocafort, de Santiago Rusiñol y de Maria del Mar Bonet. Suro, o corcho, es el calificativo que atribuimos en las comarcas castellonenses a aquellos de nuestros vecinos con dificultades de aprendizaje, debido a una dura mollera. Esto es harto conocido. Como sabemos todos, vecinos, que el suro o corcho nos lo ofrecen siempre los alcornoques, les carrasques sureres, o simplemente sureres, cuyo ramaje vistoso y tronco productivo todavía podemos contemplar en la Serra d’Espadà. El fuego devastador del otro día asedió nuestros alcornoques, ahí mismo en Azuébar y Almedíjar, pero las llamas retrocedieron merced a la acción de brigadas forestales, de bomberos y ciudadanos uniformados de la Unidad Militar de Emergencias. Se salvaron los alcornoques y su corcho; se chamuscaron o quemaron algarrobos, almendros y olivos por donde el barranco de la Falaguera o carrascal de Azuébar. Duele en el alma el fuego en estos santuarios vegetales donde habitan los mejores, y mejor conservados, alcornocales de nuestra costa mediterránea. Aunque nos mortifica también el fuego en las tierras hermanas de Ávila, la patria chica del dirigente, algo más que conservador, Casado, quien, casi seguro, desconoce el metafórico significado de suro, tal y como usan dicho vocablo los labradores del Camí de la Fileta.

Por cierto, vecinos, los alcornoques se protegen del fuego con su corteza, el corcho, y suelen brotar de nuevo tras las llamas con las primeras lluvias. Tienen nuestros árboles, en la Serra d’Espadà y en cualquier otro bosque de este mundo globalizado, una membrana entre la corteza y el grueso del tronco que permite la cría del corcho, cuando éste se extrae para, según el calibre, elaborar tapones para el buen vino, o, triturado, proteger el vino peleón con un conglomerado. De esto saben bastante por donde Soneja. Como sabe Rogelio de bosques, alcornoques y cerezos, que le destrozan los corzos, las cabras salvajes y los jabalíes en exceso. Rogelio nació por estos valles, y aquí se ganó el sustento. El vecino de la Serra d’Espadà, castellanoparlante con un habla muy semejante a las variantes aragonesas del castellano, pero al mismo tiempo un habla de transición, porque siempre fueron a «coger garrofas y plegar olivas»; nuestro paisano Rogelio distingue de sobra el significado de corcho y el significado metafórico de suro en valenciano.

Y es que, si observamos atentamente, nos quedaremos siempre con el corcho de nuestros alcornocales ante el fuego traidor. Como prevenidos, les reiremos las gracias irritantes de quienes confunden hablas con lenguas. Porque a Casado y a algunos de sus sucedáneos castellonenses, les queda por aprender bastante de los Menéndez Pelayo y Pidal.